viernes, 27 de enero de 2012

LA APATÍA EN LA COCINA: ALUBIAS ROJAS DE TOLOSA CON CHORIZO Y COSTILLAS

Cuando la gente dice que no sabe cocinar, en realidad lo que están queriendo decir es que no les atrae la idea de ponerse a hacerlo, quizá porque piensan que es algo demasiado complejo, por desidia, o sencillamente porque no les da la gana probar.

Hay recetas que resultan sencillas, pero tienen su punto de complicación, y sin embargo, el resultado final no resulta llamativo en absoluto, como por ejemplo un huevo frito. La cosa es que el huevo, al freírse, salpica aceite hirviendo y puede ocasionarnos alguna lesión.

Por el contrario, hay otras recetas que parecen complicadísimas, más que nada por el efecto que producen en el plato, y sin embargo, no requieren prácticamente nada. Ni de atención, ni apenas ingredientes, como es el caso que nos ocupa, ya que para hacer unas buenas judías rojas, lo único que necesitamos es tiempo. Bueno, tiempo para poder escribir, leer, pasear, etc.

Ahora que aprieta el frío, resulta de todo punto emocionante sentarse frente a un buen plato de alubias calentitas y disfrutar mojando pan en el caldito y poniendo entre medias un trozo de choricito cocido.

400 gr de alubias rojas de Tolosa
2 chorizos
8 costillas de cerdo
Sal

Las alubias las dejaremos a remojo en una olla de barro la tarde anterior con bien de agua para que al engordar sigan sumergidas en el elemento.

A la mañana siguiente, más o menos cuando nos despertemos y vayamos a servirnos el desayuno, echamos en la misma olla en la que pusimos ayer las judías, los chorizos cortados en dos o tres trozos, las costillas y un poco de sal, y lo ponemos a fuego mínimo.



Ahora podemos desayunar tranquilos, darnos una ducha, bajarnos a pasear al perrito, comprar la prensa, leerla y un poco antes de hacer los crucigramas y el sudoku, echamos una ojeada a nuestra olla, que nos la debemos encontrar cociendo muy despacito y con agua de sobra. Si es así, las damos una vuelta con una cuchara de palo y ya nos podemos ir a hacer los crucigramas, leer los e-mails, responderlos… Si por el contrario, vemos que están algo secas o escasas de agua, les añadimos una tacita y continuamos con nuestras labores.

Después de hacer todo esto, habrán pasado más o menos dos horas y media, con lo cual podemos dar otra vuelta por la cocina para ver si todo sigue en orden, solo que ahora sí tenemos una tarea algo más complicada, como es sacar una judía de la olla, soplar para que se enfríe y ponerla en nuestra boca para comprobar el grado de dureza y el punto de sal. Si está sosa, le añadimos un poco de sal, si ya está blandita, cosa que no va a ocurrir, apagamos el fuego y ya está, si está durita aún, pero tienen agua suficiente para seguir su cocción, tapamos de nuevo la olla y nos vamos a tomar el aperitivo y si vemos que se han secado, les volvemos a poner otro chorrito de agua y seguimos adelante con nuestro aperitivo. Pero… ¿Qué hacemos si nos hemos pasado de sal y están demasiado saladas? Pues pelamos una patata de tamaño mediano, la lavamos y la añadimos al guiso para que absorba el exceso de sal.


Al regresar de tomar el aperitivo, lo normal es que ya estén en su punto, así que apagamos el fuego y las dejamos que reposen tapaditas hasta la hora de comer. Si siguen estando duras después de cuatro horas de cocción, subimos el fuego, añadimos otro poquito de agua y las dejamos que se terminen de hacer.



Esta receta vale prácticamente para todas las alubias y judías que se nos ocurran, y como se ve, tienen menos complicación que el mecanismo de un chupete. Sin embargo, el resultado final es celestial, por lo que todo aquel que no las haya hecho nunca, seguirá pensando que son un plato complicadísimo de elaborar. Pues nada, con una barrita de pan recién horneado, y una copita de vino, nos ponemos manos a la obra y a disfrutar.

sábado, 7 de enero de 2012

IMPROVISANDO SIN ESTRÉS: MI SANTO

Realmente, nunca he sabido cuando se celebra mi onomástica y, es curioso, porque según tengo entendido, Jesús es el Jefe de todos los santos.

Yo pensaba que sería el día 1 de enero por aquello de que Manuel y Emmanuel, es lo mismo que Jesús, pero al parecer estaba confundido porque, como mi padre se llamaba Manuel y mi hermano mayor también, pues yo no lo podía celebrar ese día y lo hacía el día 2, o sea, no se celebró nunca. La cosa es que con 54 años, aún no sé cuándo es mi santo, así que ahora lo celebro cuando me da la gana, que para eso ya es uno mayorcito.

Pues bien, como decía en la entrada anterior, tenía preparado un menú de Nochevieja, pero finalmente decidí celebrar mi santo el día 1 de Enero que es cuando realmente creo que toca. Y lo hice porque me llamó Gonzalo, un amigo que es como mi hermano mayor y me dijo que vendría con mi hermana Bienve, que esa sí que es mi única hermana de verdad, y me puse tan contento. El único problema es que no había pitanza para los cuatro. Gonzalo me dijo que vendría solo, pero yo ya sabía que su esposa, como siempre, vendría a comer también. La Nochevieja la celebré con la paletilla de cordero asada y una decena de gambas cocidas a los 35 segundos, con una salsa mahonesa casera y de postre panetone. Muy bien por cierto y más que suficiente.

Las angulas que me había prometido para Nochevieja, las dejé para el día siguiente. No darían mucho de sí, pero como aperitivo podían valer y unas angulas siempre son de agradecer. Al final, los bogavantes fueron dos y también los sacrifiqué para el día siguiente. Había morcilla en la nevera y, con unas gambitas y unos huevos de codorniz saldrían unos canapés perfectos. El jamón de ibérico nunca falta en mi alacena y un arroz de bogavante nunca falla, sobre todo si se hace con cariño y con los elementos necesarios de mar y montaña que requiere la ocasión.

Puesto manos a la obra, cogí doce gambas rojas y las pelé para hacer un caldo junto con unos mejillones y las patas de los bogavantes. Quedó un fumé excepcional.

A la mañana siguiente puse unos ajitos a freír junto con los taquitos de jamón y los bogavantes partidos en cuatro trozos cada uno. Una vez que soltaron su jugo, los retiré y con una cucharadita de pimentón de La Vera Picante  y sal, añadí un poquito de tomate triturado y añadí unas setas de cardo que le confieren a los guisos de arroz un gusto exquisito y unos garbanzos congelados crudos que me sobraron del cocido del miércoles. Añadí un sobre de azafrán y con el fumé lo dejé cocer unos cinco minutos.

Como postre se me ocurrió que unas peras con pan podrían ser el complemento ideal porque ayudan a la digestión y están realmente exquisitas. Es muy sencillo hacerlas, solo hay que pelarlas, quitarle los pipos y ponerlas a cocer con mistela, un chorrito de agua, canela en rama y azúcar hasta que queden blanditas. Una vez que están blanditas, se dejan reposar en la nevera y, al día siguiente, se pone una rodajita de pan duro en un plato, se moja bien con el caldo y se pone el trozo de pera encima. Al servir se recubre con leche condensada y es realmente fantástico. Es una especie de pudin deconstruido.

Llegó el día 1 y tenía un sueño excepcional porque me desvelé a las 11,56 horas y, después de tomar doce tragos de champagne Möet & Chandon Imperial, porque no tenía uvas, me dio por escuchar música y me dieron las cuatro. Pero había que preparar la comida y fregar el suelo porque a Dunita le dio por despedir el año bañándose en el mar y lo puso todo perdido. Al mirar lo que había en la cocina, me di cuenta de que solamente faltaba poner la morcilla y las gambas en los pequeños volovanes, poner el plato de jamón y preparar el arroz.

Cuando llegaron mis hermanos, yo andaba paseando con Duna porque el día era excepcional y aún tomamos el aperitivo y un ratito de sol en el bar de enfrente de casa. Tranquilo porque estaba todo perfecto.

Al llegar a casa, ya tenía el plato de jamón sobre la mesa, así que freí los huevos y los puse sobre las cazuelitas que contenían la morcilla y las gambitas. Después, freí también las angulas con bien de aceite de oliva virgen extra, ajitos picados, un par de guindillas y una pizca de sal y los entrantes estaban en su punto.

A continuación le tocó el turno al arroz. Solamente faltaba calentar el caldo, echar arroz bomba y los bogavantes, y dejarlo cocer unos veinte minutos, que se pasaron volando mientras comíamos los entrantes y charlábamos.

En cuanto a la bebida, como ya he dicho, el Möet cayó en doce sorbos y el Pintia en algunos más, pero también había dejado de existir. Así que abrí un Viña Pomal de reserva, que no es lo mismo que el Pintia, pero no desmerece en absoluto. Trajeron de Valencia una botella de champagne francés llamado Comte de Brismand Reserva Brut, que asía bote pronto suena bien aunque no dice nada, pero estaba bueno con los entrantes el condenado. Para terminar con el capítulo de bebedizos, a la caída de la tarde nos apretamos un gintonic de Seagram´s con tónica Fever Tree.

Creo que el menú fue de lujo, por lo menos así me lo reconocieron. Más que estrés, lo que sentí fue una relajación total porque, de antemano, sabía que todo estaría delicioso, como así fue. Y es que, cuando confiamos en que nuestro trabajo está bien hecho, aunque sea algo improvisado, lo va a estar.