lunes, 28 de agosto de 2017

LA VERDADERA AMISTAD


Hace unos días, un buen amigo nos pasó un artículo que Javier Marías ha publicado en El País Semanal, titulado “Las amistades desaparecidas”, En el que hace un repaso dando explicación al porqué vamos perdiendo la amistad de nuestros amigos y no pude evitar recordar el acontecimiento que ya os narré en la entrada del día 29 de abril, dedicada al pulpo con bacon y habas tiernas de Vicente.

Mi primer círculo de amistades fue, como creo que el de todo el mundo, el de mis compañeros del colegio. En aquellos tiempos nos conocíamos por el apellido, en ocasiones por el segundo y, mis mejores amigos eran, por un lado, Ormijana y Piñeiro, que era con los que solía pasar los fines de semana y por otro, Rasilla, Riestra, Ruíz, Torremocha y otros cuantos, con los que salíamos del colegio y nos íbamos a jugar al “churro, media manga, manga entera”, a las carreras de chapas, o hacíamos partidos en el Paseo del Pintor Rosales, detrás del monumento erigido en honor de la Infanta Isabel, “La Chata”, con una piedra como balón.

Curiosamente, el devenir de los años y la incorporación de nuevos alumnos, me hizo acercarme más a Aparicio y a otros compañeros y fui dejando un poco de lado a los demás.

Como quiera que yo no era lo que se puede tildar de un alumno brillante, sino más bien todo lo contrario, al terminar 5º de Bachillerato me invitaron a abandonar el centro pues suspendí hasta la F.E.N. El curso siguiente lo pasé en otro colegio donde terminé mis estudios escolares.

No sé muy bien por qué, pero al principio, seguía saliendo con mis amigos del colegio anterior, entre otras cosas por la cercanía de nuestros domicilios, por ejemplo, seguí durante una buena temporada saliendo con Rincón y con la pandilla del barrio, pero… duró poco y, la cuestión es que, la amistad de mis queridos compañeros se fue difuminando. Pero también ocurrió con los compañeros de mi nuevo colegio al comenzar mis estudios en la Universidad, y después, volvió a ocurrir lo mismo con estos. En mi caso, tomé novia nada más empezar la carrera y seguí con ella durante toda la vida, por lo que empezamos a tener amigos comunes y aquí es donde fue ocurriendo palabra por palabra lo citado por Marías en su artículo. Al comienzo de este escrito he citado el acontecimiento que sucedió en el mes de abril de este año y que, sin embargo, da al traste con todo lo escrito por Marías.

Como ya dije en la entrada del 29 de abril, un buen día, revisando los e-mails como hago todas las mañanas, me encontré con uno bastante enigmático. Venía de la red LinkedIn y en él aparecía Jorge Valiente, uno de mis compañeros del colegio Fray Luis de León. Me llamó la atención porque suelo recibir mensajes de la citada red social y no sé muy bien por qué, porque yo no recuerdo haberme dado de alta en ella y si lo hice debió de ser hace mucho tiempo. Ignoré aquel e-mail durante unos cuantos días, pero no lo borré y un buen día decidí contestar dejando el número de mi teléfono móvil. Al poco tiempo, recibí una llamada y, efectivamente, era Valiente. Me dijo que un grupo de exalumnos del colegio quería que nos reuniéramos para cenar y recordar viejos tiempos y que, si no me parecía mal, me incluirían en un grupo de WhatsApp. Acepté su propuesta y no tardé en recibir un mensaje.

Aquello fue como un sueño, porque estaban todos mis compañeros y amigos de la infancia. Gente a la que hacía más de cuarenta y cinco años de la que no sabía nada y aún me recordaban y, por si esto fuera poco, alguno, como Riestra o de la Parra, los promotores de esta locura, me recordaban con cariño.

Aquello fue como si todos los recuerdos de mi infancia volvieran de repente a mi memoria. Estaba conversando con ellos y, finalmente, quedamos para cenar una noche y así poder vernos y abrazarnos como si no hubiera pasado el tiempo.

El viernes 12 de mayo se produjo el reencuentro en el restaurante Ainhoa y aquello fue como estar en el cielo, en la cena de los justos. Algunos no habían cambiado nada y estaban tal como los recordaba cuando mi madre me cambió de colegio y dejé de verlos, repito, de esto hace 45 años. A otros, costaba algo más reconocerlos, pues los años no pasan en balde y, también hubo a los que recordamos con mucho más cariño porque a lo largo de este camino de la vida, nos han abandonado para siempre. Los que seguimos aquí, nos comunicamos a diario por medio del grupo y nos volvemos a ver de vez en cuando. Y es que la amistad no se pierde, se diluye por intereses dispares, pero es evidente que no dejamos de seguir queriendo a nuestros amigos.

Este es un blog en el que no solamente tiene cabida la cocina, sino también los aspectos psicológicos de cuando nos reunimos en torno a ella. Podíamos haber quedado para vernos en cualquier lugar, pero la decisión fue un restaurante.


Ojalá que, al leer esta entrada, mis compañeros y amigos desde la infancia comprendan que, para mí, aquel 12 de mayo ha sido una de las fechas más importantes de mi vida. En aquella cena pude abrazarlos y hacer definitivamente las paces con Medina, con el que tuve algún encontronazo cuando éramos chavales. Con aquel abrazo, olvidamos para siempre nuestras rencillas y nació una gran amistad.

Valga este pequeño recuerdo como contra artículo del de Javier Marías. No me quiero extender más porque Ursino tiene intención de escribir todo un libro y me va a encantar leerlo porque, supongo que en él nos explicará qué les motivó a él y a Vicente para reunirnos a todos de nuevo.

Gracias por seguir aquí, compañeros. Gracias por seguir queriéndonos, amigos.


sábado, 5 de agosto de 2017

MUSAKA


Esta es una de esas recetas que hace algunos años era imposible de encontrar en ninguna carta. Es algo parecido a lo ocurrido con la pizza, que cuando yo era pequeño, solamente la podía comer en casa, hecha por Amelia, la cocinera de mis padres, que venía de servir en una casa italiana. Ahora, sin embargo, hacen pizzas en todos los chiringuitos y la musaka la puedes comer en casi todas partes.



Es curioso el devenir de algunos productos y recetas y apelo a la memoria de mis lectores más talluditos. En mi infancia, los carabineros eran considerados un producto basto y se utilizaban para hacer fumet. Entonces, la reina de los mariscos era la cigala y en buena parte, también la langosta. Los callos de bacalao, ni se vendían, pero bastó que aparecieran en un programa de TVE para que los pudieras encontrar en las tiendas especializadas en bacalao, a precio de deshecho, o sea lo más barato que daban. El otro día compré para hacérselos a mi hermana, que le encantan, y me salieron más caros que las cocochas, que también compré porque, esa es otra, hay productos que se encuentran con toda seguridad en los supermercados de algunas ciudades, y prácticamente imposibles de encontrar en otras. Eso les pasa a las cocochas, en Valencia las puedes encontrar en tiendas gourmet, pero en los pueblos, ni en ese tipo de comercios especializados existen. En cambio, las tortas de pan ácimo están en todas partes, pero en Madrid son dificilísimas de encontrar, así como la carne de potro.



Vamos con la receta, que se me ocurrió ayer al ver las magníficas berenjenas y tomates que hay en este tiempo. Me enamoré de unos ejemplares y decidí convertirlas en algo suculento.



200 gr. De carne picada de mezcla de vacuno y cerdo

1 berenjena grande

1 tomate grande

1 cebolla

½ pimiento rojo

½ pimiento verde

¼ de pimiento amarillo

1 diente de ajo

½ vasito de vino (blanco mejor)

Harina

Leche

Mantequilla

Queso rallado.

Aceite de oliva virgen extra

Pimentón de La Vera dulce

Sal



Lo primero que hay que hacer es cortar la berenjena sin pelar en rodajas de un centímetro aproximadamente y se cubren bien de sal durante un par de horas para que suelten el agua amarga. Una vez que hayan soltado el amargor, se lavan bien con agua y se reservan. Ahora se pueden freír, cocer, asar o la solución que yo tomé, que fue meterlas en el recipiente de hornear en el microondas con un chorrito de aceite y dejarlas durante cinco minutos a potencia máxima.



Picamos el ajo, la cebolla y los pimientos en cubitos menudos y los ponemos en la sartén con un chorro de aceite de oliva. Añadimos una pizca de sal y dejamos que se vayan haciendo despacito a fuego lento.



Escaldamos el tomate poniéndolo durante unos 10 segundos en agua cociendo para poderlo pelar con facilidad, lo pelamos y lo cortamos en concassé.



Cuando veamos que las verduras estén pochadas, ponemos el pimentón y cortamos el hervor con el tomate dejando que se haga bien. A continuación, añadimos la carne y dejamos freír. Ponemos el vino, subimos el fuego y dejamos cocer unos cinco minutos.



Vamos a por la salsa. Se trata de hacer un roux, con la mantequilla, la harina y la leche añadiendo una pizca de sal. No he puesto cantidades porque el gusto de cada cual es importante y hay a quien le gusta poca o mucha besamel y a quien le gusta más o menos espesa.



Vamos a montar la musaka, para lo cual cogemos un plato hondo o un recipiente adecuado para horno, lo untamos con un poco de aceite y ponemos una capa de berenjenas. A continuación, la farsa con la carne y la verdura, encima una capa de besamel. Repetimos la operación poniendo otra capa de berenjenas, farsa, besamel, y finalmente recubrimos de queso rallado.



Metemos en el horno precalentado a 180 grados y dejamos unos 10 minutos en la posición de aire y grill.