martes, 17 de noviembre de 2015

CHORIZO A LA SIDRA CASERO EN 10 MINUTOS

En diversas ocasiones hemos comentado lo dañina que puede resultar la envidia, salvo que sea sana. Y es que esa envidia sana es la que genera la motivación, la creatividad y, si se es un poco pragmático, el bienestar de haber conseguido un objetivo.

Anteayer, viendo un programa en la televisión, hicieron un pincho de chorizo a la sidra y me entraron unas ganas terribles de hacerme uno igual. Fue como un antojo de embarazo, pero cuando miré en la nevera, no había ningún chorizo. Sidra sí, pero… ¿de qué me servía sin el ingrediente principal?

Comprar choricitos picantitos un domingo por la noche requiere coger el coche o el scooter y desplazarse hasta un centro comercial atestado de gente y, lo cierto, es que no me apetecía en absoluto, pero esos choricitos deambulaban por mi mente sin parar y cada vez se hacían más apetitosos.

Busqué y rebusqué por si acaso había alguna pieza de chorizo en la nevera, pero no, no había ninguno. Sin embargo, había unos filetitos de lomo de ibérico y un trozo terciado de panceta del mismo animal… mi mente empezó a ser creativa.

Saqué la carne y la panceta y las corté finamente hasta conseguir una masa cuyo aspecto resultaba más que apetecible. Las puse en un bol y añadí un platito de mezcla de pimentón de La Vera dulce y picante, un poquito de ajo en polvo, sal, una yema de huevo, un puñadito de queso rallado y un chorrito de sidra. Amasé bien con las manos, lo estiré y lo introduje en una camiseta de papel film, atada con un nudo. Luego puse otra capa de papel film, y esta vez lo até con hilo de bramante.

Mientras trabajaba mi chorizo, puse una cazuela con agua a cocer y, una vez que comenzó la ebullición, incorporé mi creación. Diez minutos después, apagué el fuego y dejé que se atemperara un poco antes de cortar el papel film y encontrarme un magnífico choricito a la sidra, jugoso y enriquecido con el quesito.

No quiero resultar ufano, pero creo que jamás he probado un chorizo a la sidra tan rico y sencillo de elaborar como el que me cené.


Se puede hacer una reducción de sidra para elaborar una salsa de acompañamiento, pero en mi caso, y dado que todo el jugo se había concentrado en la camiseta de papel film, solamente utilicé unas patatas chips que también había en la despensa y… por supuesto, un buen trozo de pan.

Este es el magnífico aspecto que presentaba mi choricito antes de incorporarle la salsa

domingo, 15 de noviembre de 2015

ODA AL HUEVO CON PATATAS

Si hay algún producto barato en el mercado, esa es la patata. El huevo tampoco se queda atrás y, naturalmente, el pan. Con estos tres productos se pueden arreglar multitud de recetas: desde el gloriosísimo huevo frito con patatas fritas a la estratosférica tortilla de patatas (a mí para este menester me gusta acompañarlas con una pizca de cebolla, pero eso va en gustos), pasando por donde uno quiera. Porque, tanto por separado como haciendo un solo cuerpo, ambos ingredientes son la base, el acompañamiento o el protagonista de todas las recetas que gozan de total aceptación por parte de los comensales.



El huevo es algo mágico. Desde su origen incierto (qué fue antes, el huevo o la gallina) hasta su forma y tamaño, dado que cabe perfectamente en la mano, y se convierte así en una precisa arma arrojadiza. Su inexplicable dureza por los polos siendo el resto tan delicado… El mismísimo Salvador Dalí, en una de sus más famosas obras: La metamorfosis de Narciso, lo pinta con gran protagonismo. Y no digamos el contenido: su clara, con ese aspecto baboso en crudo y blanco perfecto cuando se cuece o se fríe, tostadita en las puntillas, y su yema, de un precioso color amarillo que torna al anaranjado cuando el huevo es de calidad.



Sin el huevo, no se concebirían miles de recetas, al menos tal como las conocemos, porque, sí, claro, se puede hacer mahonesa con leche, pero no es lo mismo. También se puede rebozar con… sabe Dios qué, pero un buen rebozado ha de pasar irremisiblemente por el huevo batido. El flan no sería flan sin nuestro amigo el huevo, ni el tocino de cielo, ni los buñuelos, ni, por supuesto, las incomparables yemas de Santa Teresa, por citar algunos ejemplos.

Y vamos con la patata. Qué cosa tan humilde, tan fea y sucia en origen y sin embargo, tan apetitosa tanto frita, como cocida o asada.

Cuando cogemos una patata, la lavamos bien y la partimos por la mitad, sin necesidad de pelarla, le hacemos unos cortes superficiales en forma de rombos, le esparcimos un poquito de pimentón de La Vera, pizca de sal y un chorrito de aceite de oliva y la metemos en el horno un ratito, lo que obtenemos es un bocado delicioso.

Sin las patatas, tampoco se concebirían otras tantas recetas y, en este caso, no se admite sustitución porque, unas patas con níscalos no serían patatas con níscalos sin nuestras amigas las patatas. Y quien dice patatas con níscalos dice patatas con carne, con bacalao, con sepia o con lo que se nos ocurra, que en todos los casos elaboraremos recetas acertadas.

Alguien se preguntará que a qué viene esta oda al huevo y a las patatas en un blog de cocinoterapia. Pues nada más sencillo. Si comparamos un huevo o una patata con una trufa blanca de Alba, parecería que estamos comparando a Dios con un gitano, como se suele decir. El precio de la trufa puede llegar a alcanzar más de 6.000 euros, y con ese dineral podemos estar comiendo huevos con patatas prácticamente durante toda la vida. Pero, ¿es peor producto el huevo que la trufa? O ¿la patata que la trufa? Pues depende de cómo lo miremos Porque si la patata es fea y sucia, no digamos la trufa y en cuanto a los usos…

Por eso viene a colación nuestra oda, porque hay personas que se comparan con otras a las que ven más guapas, elegantes, listas, etc. Sin darse cuenta de su propio valor porque carecen de autoestima. La autoestima es algo fundamental para ser feliz y, seguramente, si nos autoanalizamos nos va a ocurrir lo mismo que a la patata o al huevo. Sin ti, amable lector, la vida no sería lo mismo, como no sería lo mismo la mahonesa sin huevo o las patatas con costillas sin patatas.

A mí me gusta acompañar mis entradas con una receta y hoy no va a ser menos, así que vamos a por la antes mencionada tortilla de patatas, aunque vamos a darle un giro de tuerca para convertirla en una pizza de tortilla de patata.

2 huevos
2 patatas
½ cebolla
2 cucharadas de tomate frito
2 tiras de bacón
Queso para fundir al gusto (rallado o en lonchas)
Orégano
Aceite de oliva virgen extra
Sal

Lo primero que haremos será elaborar la tortilla, para lo cual pelamos las patatas, las cortamos en rodajas finas y las ponemos en una sartén con abundante aceite a fuego muy bajo para confitarlas. En este punto yo también pongo la media cebolla cortada en juliana fina.

Mientras se van cociendo las patatas, batimos los huevos en un bol mediano, pero que quepan después las patatas.

Una vez que las patatas y la cebolla estén blanditas, las retiramos del fuego y las vertemos sobre un colador grande para que pierdan todo el aceite y se vayan enfriando.

Ahora echamos las patas en el bol en el que teníamos los huevos batidos y mezclamos bien para obtener una masa uniforme y lo vertemos todo en una sartén pintada de aceite. Hay quien aconseja remover un poco al principio, pero no es necesario hacerlo.

Una vez que se ha cuajado por debajo hay que proceder a darle la vuelta. Yo no me apaño con el plato y suelo hacerlo empujando la sartén, pero reconozco que queda mejor poniendo un plato sobre la sartén y volteando de manera que la tortilla quede sobre el plato. La devolvemos a la sartén y dejamos que cuaje por el otro lado, aunque es mejor que no quede muy hecha. Ya tenemos nuestra magnífica tortilla de patata. Y ahora vamos a por la segunda parte, vestirla de pizza.

He aquí nuestra diosa

Repartimos el tomate por encima de la tortilla de manera que quede homogéneo. Troceamos las dos tiras de bacón y las colocamos por toda la superficie, lo mismo que el queso. Espolvoreamos el orégano al gusto y la metemos en el grill durante unos minutos, hasta que veamos que el bacón esté hecho y el queso, fundido.

El resultado es increíblemente sabroso... Vamos a por el pan.




lunes, 2 de noviembre de 2015

BUÑUELOS RELLENOS DE CREMA PASTELERA

En mi casa, no sé muy bien el porqué, pero mi madre siempre traía buñuelos rellenos de crema en la fecha de Todos los Santos y aquello se convirtió en una especie de tradición. Lo curioso es que la tradición en sí de comer buñuelos es durante la cuaresma y en lugares muy localizados, como en Valencia, se suelen consumir en Las Fallas pero son de calabaza.

Como yo soy muy acérrimo de las tradiciones, pues ayer decidí hacer unos buñuelos rellenos de crema pastelera. He de decir que psicológicamente, no son tan relajantes como los de calabaza, pero también tienen su aquel. Y es que el amasado de los buñuelos de calabaza es un auténtico éxtasis y verlos como burbujean mientras trabaja la levadura es algo sencillamente genial porque, realmente es como si esa masa estuviera viva. En el caso que nos ocupa, también hay un momento de éxtasis y que les confiere esa especie de vida, que es cuando los ves cómo se giran ellos solitos cuando saben que están fritos por un lado y quieren terminar su fritura. De cualquier manera, el resultado es delicioso en ambos casos.

Para la crema pastelera:
1/2 litro de leche
1 huevo
3 cucharadas de azúcar
1 cucharada colmada de Maizena
1 ramita de canela
Corteza de naranja y de limón.
1 cucharadita de azúcar vainillado.

Para los buñuelos:
1 vaso de harina
1 vaso de agua
3 huevos
1 cucharada de mantequilla
Ralladura de limón
Una pizca de sal
1 cucharada de azúcar
20 gr de levadura
Aceite de girasol

Comenzaremos con la crema pastelera para que esté bien fría y podamos incorporarla mejor. Ponemos la leche a hervir a fuego lento con la ramita de canela, las cortezas de naranja y limón, y el azúcar vainillado y removemos de vez en cuando.

En un bol aparte, pondremos el azúcar, la Maizena y el huevo y removemos bien para que se incorpore todo.

Cuando la leche suelte el aroma idóneo, la sacamos del fuego, dejamos que se enfríe un poco para que no se cuaje el huevo y lo vamos incorporando despacio, sin dejar de remover. A continuación lo volvemos a echar en el cazo y lo ponemos al fuego removiendo también sin parar. Llegará un momento en que espese y es en ese momento cuando lo retiramos del fuego y lo dejamos reposar.

En cuanto a los buñuelos, ponemos el agua a cocer en una cazuela con la sal, la cucharada de azúcar, la ralladura de limón y la mantequilla. Una vez que comience a hervir, lo mantenemos durante un minuto y lo retiramos del fuego.

Mezclamos la harina tamizada con la levadura y lo echamos de golpe sobre el agua. Removemos bien. Una vez que obtengamos una masa, le añadimos un huevo y seguimos batiendo sin parar. Cuando esté incorporado, añadimos otro huevo y repetimos la operación y así con el tercero.

Cuando tengamos una masa suave, la dejamos reposar unos minutos. Mientras tanto, ponemos abundante aceite en una sartén y dejamos que se caliente bien. Una vez haya cogido temperatura, vamos echando la masa a cucharadas (cada cucharada es un buñuelo), de pocas en pocas y bien separadas.

Aquí es donde se produce la magia, porque cuando el buñuelo coge temperatura sube a la superficie, y cuando está bien frito por un lado, se gira él solo para freírse por el otro.

Conforme los vayamos sacando, los vamos depositando en un plato recubierto con un papel absorbente.


Cuando se hayan enfriado, con ayuda de la manga pastelera, pinchamos en el buñuelo, que ahora mismo es de viento, y lo rellenamos de crema.