En mi casa, no sé
muy bien el porqué, pero mi madre siempre traía buñuelos rellenos de crema en
la fecha de Todos los Santos y aquello se convirtió en una especie de
tradición. Lo curioso es que la tradición en sí de comer buñuelos es durante la
cuaresma y en lugares muy localizados, como en Valencia, se suelen consumir en
Las Fallas pero son de calabaza.
Como yo soy muy
acérrimo de las tradiciones, pues ayer decidí hacer unos buñuelos rellenos de
crema pastelera. He de decir que psicológicamente, no son tan relajantes como
los de calabaza, pero también tienen su aquel. Y es que el amasado de los
buñuelos de calabaza es un auténtico éxtasis y verlos como burbujean mientras
trabaja la levadura es algo sencillamente genial porque, realmente es como si esa
masa estuviera viva. En el caso que nos ocupa, también hay un momento de
éxtasis y que les confiere esa especie de vida, que es cuando los ves cómo se
giran ellos solitos cuando saben que están fritos por un lado y quieren
terminar su fritura. De cualquier manera, el resultado es delicioso en ambos
casos.
Para la crema
pastelera:
1/2 litro de
leche
1 huevo
3 cucharadas de
azúcar
1 cucharada
colmada de Maizena
1 ramita de
canela
Corteza de
naranja y de limón.
1 cucharadita de
azúcar vainillado.
Para los
buñuelos:
1 vaso de harina
1 vaso de agua
3 huevos
1 cucharada de
mantequilla
Ralladura de
limón
Una pizca de sal
1 cucharada de
azúcar
20 gr de levadura
Aceite de girasol
Comenzaremos con
la crema pastelera para que esté bien fría y podamos incorporarla mejor.
Ponemos la leche a hervir a fuego lento con la ramita de canela, las cortezas
de naranja y limón, y el azúcar vainillado y removemos de vez en cuando.
En un bol aparte,
pondremos el azúcar, la Maizena y el huevo y removemos bien para que se
incorpore todo.
Cuando la leche
suelte el aroma idóneo, la sacamos del fuego, dejamos que se enfríe un poco
para que no se cuaje el huevo y lo vamos incorporando despacio, sin dejar de
remover. A continuación lo volvemos a echar en el cazo y lo ponemos al fuego
removiendo también sin parar. Llegará un momento en que espese y es en ese
momento cuando lo retiramos del fuego y lo dejamos reposar.
En cuanto a los
buñuelos, ponemos el agua a cocer en una cazuela con la sal, la cucharada de
azúcar, la ralladura de limón y la mantequilla. Una vez que comience a hervir,
lo mantenemos durante un minuto y lo retiramos del fuego.
Mezclamos la
harina tamizada con la levadura y lo echamos de golpe sobre el agua. Removemos
bien. Una vez que obtengamos una masa, le añadimos un huevo y seguimos batiendo
sin parar. Cuando esté incorporado, añadimos otro huevo y repetimos la
operación y así con el tercero.
Cuando tengamos
una masa suave, la dejamos reposar unos minutos. Mientras tanto, ponemos
abundante aceite en una sartén y dejamos que se caliente bien. Una vez haya
cogido temperatura, vamos echando la masa a cucharadas (cada cucharada es un
buñuelo), de pocas en pocas y bien separadas.
Aquí es donde se
produce la magia, porque cuando el buñuelo coge temperatura sube a la
superficie, y cuando está bien frito por un lado, se gira él solo para freírse
por el otro.
Conforme los
vayamos sacando, los vamos depositando en un plato recubierto con un papel
absorbente.
Cuando se hayan
enfriado, con ayuda de la manga pastelera, pinchamos en el buñuelo, que ahora
mismo es de viento, y lo rellenamos de crema.
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