sábado, 24 de septiembre de 2016

COCINA DE APROVECHAMIENTO: EMPANADILLAS CRUJIENTES

Hace ya algún tiempo dije que algún día hablaría de los hermanos Torres y hoy es un buen momento para hacerlo.

Se trata de dos simpáticos personajes que nos amenizan a partir de las 13,20 en TVE con un programa de cocina que, aunque va cambiando el formato, no ha modificado en nada su esquema. “Siempre hay un buen momento para cocinar”, viene a ser el lema que repiten al finalizar cada uno de sus programas y reiteran una y otra vez las bondades de la cocina de aprovechamiento, aunque, en alguna ocasión, el aprovechamiento consista en un dispendio descomunal, como el lomo de bacalao que sacaron hace algunos días. Sin embargo, la idea es óptima, porque muchas veces vamos acumulando alimentos en la nevera, en el congelador o en la despensa, que conviene ir dando salida, como ayer me ocurrió a mí.

Había apetito, que eso es lo primero que debe haber para ingeniárselas de manera creativa, así que miré en el frigorífico y descubrí que había un pequeño tarro con salsa de tinta de los calamares que elaboré hacía un par de días. Tengo por norma, también, conservar la clara de los huevos si la elaboración solamente precisa de la yema o, al contrario. La cosa es no tirar nada, porque en algún momento dado, puede venir bien. Ayer me hice un steak tartar en el que solo usé la yema, por lo que quedó esa clara. También descubrí media lata de bonito en aceite de oliva de cuyo resto, Gloria había dado buena cuenta, pero era suficiente. Y, por último, descubrí un tarro con tomates secos que había puesto a hidratar en aceite de oliva virgen extra antes de irme de vacaciones.

Corté el tomate en tiras y después en cubitos, lo mezclé con el bonito y lo dejé aparte, mientras esperaba a que se escurriera un poco el caldo de la salsa de tinta en un colador.

Entre tanto, hice una masa con harina, una clara de huevo y un chorrito de aceite y la dejé en un bol cubierto don film para que reposara. Llegado este punto, decidí que era un buen momento para bajar a dar un paseo con Duna.

Cuando regresamos, volvimos a ponernos manos a la obra. Hablo en plural porque a Duna le encanta hacerme compañía mientras cocino, entre otras cosas, por si le cae algo que echarse al hocico. Así que junté la salsa de tinta con el tomate y el bonito y lo mezclé bien rompiendo los trozos más gordos del pescado de manera que quedara una pasta fina y me puse con la masa.

Había transcurrido casi media hora y la masa estaba asentada y perfectamente moldeable. La puse sobre un trozo de papel de hornear y la fui dando forma redondeada. Coloqué la pasta en el interior de la masa procurando no sobrepasar el centro de la misma, para poder doblarla bien. Encendí el horno para que se fuera precalentando y lo puse a tope para poder dejarlo en unos 150º. Entre tanto finalicé la elaboración de mis empanadillas doblándolas, cerrándolas con ayuda de un tenedor y un poco de clara de huevo para que sellara bien y pintándolas con más clara de huevo. El hecho de poner clara de huevo en la elaboración de la masa y luego en el exterior es porque salen mucho más crujientes al hornearse. En unos diez minutos, con la placa y el grill encendidos, aparecieron mis magníficas empanadillas.

El procedimiento es sencillo, y de esta manera saqué de la nevera unos productos que, de lo contrario, habría que haberlos tirado. Podía haber utilizado otras cosas, pero esto es lo que había y me pareció perfecto. También podíamos haber cambiado la empanadilla por otra elaboración, pero itero que esto estaba muy bien.


Volviendo al tema de los hermanos Torres, tienen situaciones ciertamente divertidas, como su eterna discusión de si echar primero el ajo o la cebolla. Sergio es partidario de poner primero la cebolla porque dice que tarda más en hacerse que el ajo. Javier, por el contrario, prefiere poner primero el ajo para que salga más doradito. En este caso estoy de acuerdo con él. Sin embargo, Javier es amante del cilantro y Sergio lo odia, como yo. Otra escena que se me quedó grabada fue un concurso de tortillas que se montaron entre los hermanos y demuestra la genialidad de estos personajes. A Sergio se le quedó pegada a la sartén. Podían haber cortado para hacerla bien, pero no fue así, sino que el pobre tuvo que aguantar estoicamente las burlas de su hermano. Son cosas que a todos nos pasan y no hay ninguna razón para ocultarlas… ¿no?



sábado, 3 de septiembre de 2016

RIÑONES DE CORDERO LECHAL AL JEREZ CON MOSTAZA

Como todos mis lectores saben, tengo cierta predilección por comprar los alimentos en el mercado o en las tiendas de mi barrio. Esto es, en muchas ocasiones, una ventaja, pero casi siempre acabo enamorándome de algún producto que no estaba en el guión y suele acabar viniéndose conmigo. Es el caso de ayer, fui a comprar una barra de chocolate y al pasar por la carnicería vi una bandejita con riñones de cordero ya preparados, es decir, limpios, y abiertos por la mitad. Lo cierto es que volví a casa solamente con mi barra de chocolate, pero al despertar de la siesta, aquellos riñones empezaban a oler bien en mi imaginación y no me quedó más remedio que bajar a comprarlos.

Quince minutos después ya los tenía sobre la tabla. Venían limpios, pero los volví a lavar con un buen chorro de agua y les quité el exceso de grasa y la piel que los recubre. Además de los riñones vamos a necesitar:

1 cebolla
1 vaso de vino de Jerez (o similar)
1 cucharada sopera de mostaza.
Caldo de ave (para recubrir)
Aceite de oliva Virgen Extra
Pimentón de La Vera picante
Pimienta
Vinagre
Sal

El paso siguiente, una vez que tenemos los riñones limpios es ponerlos a marinar en un cazo con vinagre y agua y dejarlos macerar durante unos 15 minutos, hasta que veamos que están totalmente limpios y los pasamos de nuevo por debajo del chorro de agua. Los cortamos por la mitad y los ponemos en una sartén con aceite bien caliente para que sellen. Los retiramos y reservamos.

Picamos la cebolla en brunoise y la ponemos en la sartén a fuego muy lento con una pizca de sal para que se ablande bien. Cuando veamos que está hecha añadimos el pimentón y dejamos que se fría, pero sin pasarse para evitar que amargue. Cortamos la cocción con el vino y subimos el fuego para que vaya evaporando el alcohol. A continuación, ponemos la mostaza, removemos y añadimos los riñones. Recubrimos con el caldo de ave y dejamos que cuezan a fuego muy lento durante unos quince o veinte minutos.

Si vemos que la salsa queda deslavazada, subimos el fuego a tope, destapamos la sartén y dejamos que reduzca hasta que quede espesita.
  

Yo los acompañé con unas patatas fritas y, naturalmente, bien de pan.