domingo, 25 de noviembre de 2018

TORTILLA DE PATATA, CEBOLLA, PIMIENTOS DEL PIQUILLO Y BACALAO


El orden del título va en función de las cantidades usadas, pero no en el temporal, porque en ese caso, primero se pone la cebolla, luego la patata, para incorporar posteriormente el pimiento del piquillo y por último el bacalao. No lleva absolutamente nada más, aparte de la sal, el aceite y, naturalmente, el huevo.

Hasta que descubrí que la única manera de hacer una tortilla como Dios manda era en una sartén antiadherente, la tortilla de patata siempre fue mi asignatura pendiente. Bueno, eso sin contar con las patatas sufladas, que aún hoy en día siguen dándome algún problema que otro. Sin embargo, las tortillas, ahora las manejo con plato para darlas la vuelta y sin él, si la cosa se pone de chulería.

Esta tarde estaba chafado en el sofacito y eso es peligroso, porque, o se me ocurre que hay cosas muy necesarias que comprar por Internet, o se me antoja alguna receta de esas que llevan su tiempo. Menos mal que hoy me ha dado por ahí. Andaba pensando en lo maravilloso que sería hacer una tortillita de patata para cenar esta noche y, de paso, hacerla un poquito más grande para el almuerzo de mañana. Entonces, me he acordado de que me habían sobrado unos pocos pimientos del piquillo del ajoarriero riojano que preparé el jueves pasado y, al abrir la nevera, he visto que había unos lomos de bacalao que estaban diciendo… “cómeme”. Así quehe decidido incorporarlos a la tortilla.

Como ya he dicho, no lleva ningún ingrediente más, solamente: aceite, cebolla, patatas, pimientos del piquillo, un lomito de bacalao y cinco huevos, porque, aunque me gusta que el huevo solamente cubra y entremezcle, la cantidad de ingrediente era bastante generosa.

5 huevos
5 patatas medianas
1 cebolla
4 pimientos del piquillo
1 lomo de bacalao
Aceite de girasol
Aceite de oliva virgen extra
Sal

En primer lugar, hay que pelar y cortar la cebolla en juliana fina y la incorporamos en una sartén grandecita con abundante aceite de girasol a fuego muy bajo y con la sal necesaria para que se poche bien.

Mientras la cebolla va sufriéndo los efectos del fuego bajo, pelamos las patatas y las cortamos con el cuchillo como lo hacían nuestras abuelas, es decir en trocitos irregulares y finos para incorporarlos a la sartén junto con la cebolla. Removemos bien y nos vamos a hacer alguna tarea, dejando que el fuego bajo trabaje cociendo la mezcla.

Cuando veamos que las patatas y la cebolla van estando tiernas, incorporamos los pimientos cortados en tiras pequeñas y dejamos un rato más.

Mientras dejamos que el fuego ejecute su función, ponemos los huevos en un bol grande y los batimos. Si lo que apetece es una tortilla jugosa, pero con huevos crudos, se pueden poner un par de huevos más, pero no es nuestro caso.

Ahora es el momento de incorporar el bacalao y cubrirlo bien con la mezcla que hay en la sartén para que se haga en el último momento. Pasados un par de minutos, lo echamos en un colador grande sobre un bol para conservar el aceite, que nos va a servir para otras frituras, y dejamos que escurra bien.

Vertemos el contenido del colador en el bol con los huevos batidos y mezclamos bien con cuidado para no romper las patatas, pero controlando que desmigamos bien el bacalao. Ponemos unas gotas de AOVE en una sartén antiadherente y vertemos la mezcla del bol. 

Controlamos que se vaya haciendo por los laterales y cuando veamos que se separa bien del fondo le damos la vuelta con ayuda de un plato y un buen juego de muñeca para evitar que se nos caiga al suelo y convirtamos nuestro manjar en un desastre. Volvemos a poner la tortilla en la sartén y dejamos que se haga por el otro lado.

Y ya tenemos nuestra maravillosa tortilla que, si la hemos hecho bien, quedará jugosa por dentro y hecha por fuera.



viernes, 2 de noviembre de 2018

DE BOTES Y DE LATAS


Como habrán podido observar los seguidores de este blog, llevo dos entradas sin incluir ninguna imagen ni fotografía. La razón es meramente psicológica. Cuando se dice que una imagen vale más que mil palabras, no se miente pues es cierto, pero hay otros sentidos cuyas impresiones son infinitamente más duraderas.

Si hablamos de arte y yo tratara de explicar un cuadro como por ejemplo el de “Las Meninas”, podría pasar horas y horas disertando para tratar de explicar algo que con una sola mirada nos basta para comprender y recordar porque un cuadro es algo visual. Sin embargo, si yo trato de explicar verbalmente cómo suena un petardo, una “mascletá” o la “nit del foc” en fallas, no me sería posible, ni tampoco podría hacerlo con una imagen. Pues lo mismo pasa con otros dos sentidos: el olfato y el gusto.

Cuando hablaba de los macarrones con tomate y chorizo, me habría resultado imposible explicar mediante una imagen el aroma, el sabor y mucho menos aún el recuerdo de la infancia. Lo mismo ocurre con el cochinillo asado. ¿Cómo suena el crujiente de la piel? ¿A qué huele? ¿cómo sabe? Eso solo lo puedo expresar apelando a la memoria olfativa y gustativa del lector.

Hoy tampoco voy a incluir ninguna imagen, pero por razones diferentes. No quiero que nadie pueda ver las marcas de los alimentos envasados que tantas alegrías nos aportan en la cocina. Y es que, si bien es cierto que las recetas elaboradas en casa, por uno mismo, suelen ser deliciosas, hay productos que, ya elaborados, nos sacan de muchos apuros y nos ayudan en nuestro quehacer diario.

Muchas veces he hablado de los botes de tomate tamizado indicando en no pocas ocasiones que es mejor que el tomate rallado que hacemos en casa. Lo mismo ocurre con otros muchos alimentos que, por lo general, se suelen adquirir únicamente en lo que se ha venido a denominar el “rincón del gourmet” o tiendas especializadas. Pero sin llegar a tal índice de calidad, es posible encontrar en el supermercado un buen montón de alimentos que resultan más fáciles de comprar que de hacer en casa.

A mi hermana Bienvenida, a quien hace poco le regalé un ejemplar de mi libro “Cocinoterapia”, la invité a que reprodujera alguna de mis recetas, porque ella es asidua a las latas. Su versión del arroz con acelgas se basa en un bote de judías, otro de acelgas, uno de tomate y, eso sí, el arroz. Como es natural, me respondió que su estilo de cocina se iba a seguir basando en abrir botes y latas.

Hay otros productos como por ejemplo los muslos de pato confitados que suelen ser excelentes. Lo mismo cabría decir de los pimientos del piquillo tan ricos para elaborar rellenos o para acompañar a una carne o pescado.

Como ya dije en cierta ocasión, yo soy amante de los mejillones en escabeche y si bien es cierto que los que yo elaboro están exquisitos, no es menos cierto que los envasados de algunas marcas son tan ricos como los míos. Lo mismo ocurre con los berberechos o las almejas.

El bonito en aceite es otro de esos productos enlatados que realzan muchas recetas, como una buena ensaladilla rusa, o como relleno de esos pimientos del piquillo de los que anteriormente hablaba. Eso por no mencionar las sardinas en tomate que tantos bocadillos llenan.

Cuando nos apetece en pleno verano, o durante el crudo invierno un plato de setas, o echamos mano de las cultivadas, que también son muy ricas, o abrimos un maravilloso bote de “boletus edulis” o de “lactarius deliciosus”. En este caso, aconsejo que se laven bien antes de utilizarlas.

Como se puede observar, el listado de productos envasados tanto en lata como en bote, es enorme y aún lo podríamos ampliar con otros productos como los espárragos, el caviar y las huevas de salmón, los platos precocinados, y un larguísimo etcétera.