Como
habrán podido observar los seguidores de este blog, llevo dos entradas sin
incluir ninguna imagen ni fotografía. La razón es meramente psicológica. Cuando
se dice que una imagen vale más que mil palabras, no se miente pues es cierto,
pero hay otros sentidos cuyas impresiones son infinitamente más duraderas.
Si
hablamos de arte y yo tratara de explicar un cuadro como por ejemplo el de “Las
Meninas”, podría pasar horas y horas disertando para tratar de explicar algo
que con una sola mirada nos basta para comprender y recordar porque un cuadro
es algo visual. Sin embargo, si yo trato de explicar verbalmente cómo suena un
petardo, una “mascletá” o la “nit del foc” en fallas, no me sería posible, ni
tampoco podría hacerlo con una imagen. Pues lo mismo pasa con otros dos
sentidos: el olfato y el gusto.
Cuando
hablaba de los macarrones con tomate y chorizo, me habría resultado imposible
explicar mediante una imagen el aroma, el sabor y mucho menos aún el recuerdo
de la infancia. Lo mismo ocurre con el cochinillo asado. ¿Cómo suena el
crujiente de la piel? ¿A qué huele? ¿cómo sabe? Eso solo lo puedo expresar apelando
a la memoria olfativa y gustativa del lector.
Hoy
tampoco voy a incluir ninguna imagen, pero por razones diferentes. No quiero
que nadie pueda ver las marcas de los alimentos envasados que tantas alegrías
nos aportan en la cocina. Y es que, si bien es cierto que las recetas
elaboradas en casa, por uno mismo, suelen ser deliciosas, hay productos que, ya
elaborados, nos sacan de muchos apuros y nos ayudan en nuestro quehacer diario.
Muchas
veces he hablado de los botes de tomate tamizado indicando en no pocas
ocasiones que es mejor que el tomate rallado que hacemos en casa. Lo mismo
ocurre con otros muchos alimentos que, por lo general, se suelen adquirir únicamente
en lo que se ha venido a denominar el “rincón del gourmet” o tiendas
especializadas. Pero sin llegar a tal índice de calidad, es posible encontrar
en el supermercado un buen montón de alimentos que resultan más fáciles de
comprar que de hacer en casa.
A mi hermana Bienvenida, a quien hace poco le
regalé un ejemplar de mi libro “Cocinoterapia”, la invité a que reprodujera
alguna de mis recetas, porque ella es asidua a las latas. Su versión del arroz
con acelgas se basa en un bote de judías, otro de acelgas, uno de tomate y, eso
sí, el arroz. Como es natural, me respondió que su estilo de cocina se iba a
seguir basando en abrir botes y latas.
Hay
otros productos como por ejemplo los muslos de pato confitados que suelen ser
excelentes. Lo mismo cabría decir de los pimientos del piquillo tan ricos para
elaborar rellenos o para acompañar a una carne o pescado.
Como
ya dije en cierta ocasión, yo soy amante de los mejillones en escabeche y si
bien es cierto que los que yo elaboro están exquisitos, no es menos cierto que
los envasados de algunas marcas son tan ricos como los míos. Lo mismo ocurre
con los berberechos o las almejas.
El
bonito en aceite es otro de esos productos enlatados que realzan muchas
recetas, como una buena ensaladilla rusa, o como relleno de esos pimientos del
piquillo de los que anteriormente hablaba. Eso por no mencionar las sardinas en
tomate que tantos bocadillos llenan.
Cuando
nos apetece en pleno verano, o durante el crudo invierno un plato de setas, o
echamos mano de las cultivadas, que también son muy ricas, o abrimos un
maravilloso bote de “boletus edulis” o de “lactarius deliciosus”. En este caso,
aconsejo que se laven bien antes de utilizarlas.
Como
se puede observar, el listado de productos envasados tanto en lata como en
bote, es enorme y aún lo podríamos ampliar con otros productos como los
espárragos, el caviar y las huevas de salmón, los platos precocinados, y un larguísimo etcétera.
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