lunes, 23 de marzo de 2020

BACALAO A LA VIZCAÍNA


Como suele ser norma en la casa, hay que cocinar sin manchar. Hoy había un par de lomos enteros de bacalao y había que convertirlos en algo comestible, pero eso sí, sin ensuciar la cocina y utilizando productos de los que hay en casa, porque, con el confinamiento a causa del Covid 19 no es posible salir a comprar.

El bacalao es uno de esos pescados versátiles donde los haya y, como ya he dicho en alguna ocasión, mi amigo José, el propietario del restaurante “Tras Os Montes”, asegura que podría hacer una receta diferente cada día durante dos años y aún le daría para más. Naturalmente, es portugués, de Miranda de Douro, Tras os Montes.

La cosa es que aquí, sin salir de España, también hay un buen montón de recetas, ya sean típicas de alguna región, o con su propia historia, como los soldaditos de Pavía. La cosa es que para hacer un bacalao a la vizcaína y no manchar, hay que darle un poco al magín, así que lo he tenido que personalizar un poco.

1 kg de lomos de bacalao
1 bote de pimientos morrones o del piquillo
2 cucharadas de carne de pimiento choricero
1 cebolla
2 dientes de ajo
Una rebanada de pan duro
Un vasito de vino blanco
AOVE

Vamos con algunas de mis modificaciones. El bacalao era fresco en su día, pero pasó por el congelador y ha habido que descongelarlo. He cortado una pizca, lo he probado y he visto que aún estaba un poco salado, así que no he puesto sal.

Los pimientos deberían de haber sido morrones, pero solo había un bote de pimientos del piquillo, con cuyo excedente, los prepararé otro día rellenos con el sobrante del bacalao de hoy.

El pimiento choricero, es también carne de bote. Sale riquísimo y se trabaja mucho menos. Y alguna licencia más me permitido, pero ya la comentaré conforme avancemos.

Y vamos a por la receta conforme la he cocinado. En primer lugar, vamos a preparar la salsa, para lo cual picamos la cebolla en brunoise y la ponemos a pochar en una sartén con un chorrito de AOVE. Cuando pasen unos cinco minutos, añadimos el ajo y la rebanada de pan duro desmigado. En este punto he pensado en poner un par de cucharadas de pan rallado, pero había un chusco bueno de pan duro, del que guardo para rallar y es lo que he utilizado.

Cuando veamos que está todo blandito, yo me he permitido una de esas licencias de las que hablaba, que ha sido añadir una pizca de pimentón picante de La Vera y un par de cucharadas de tomate tamizado, que andaba por la nevera, la carne del pimiento choricero y cuatro pimientos del piquillo cortados en juliana.

Una vez que el tomate está bien frito, añadimos el vino blanco, dejamos que se evapore el alcohol subiendo un poco el fuego y después, un par de vasos de agua, y dejamos que cueza todo junto durante unos 15 a 20 minutos.

El paso siguiente es otra de esas licencias que, como digo, me he permitido. Los puristas hablan de pasar la salsa por el pasapuré y no por la batidora porque, según dicen cambia el color de la salsa, pero el pasapuré, si es que hay alguno en casa, no estaba nada a mano, así que he puesto un poco de salsa en el vaso batidor, lo he batido y he comprobado de lo del color no es cierto. Así que he puesto el resto de la salsa y ha quedado fina y estupenda.

Del bacalao todavía no hemos hablado y ya va siendo hora. He dado una vuelta por Internet y he visto que, en algunos casos, rebozaban los lomos en harina y los freían, mientras que, en otros, los confitaban. Yo no he hecho ni una cosa, ni la otra. He calentado a fuego muy suave la salsa y he colocado los lomos directamente en crudo, moviendo la sartén para que el colágeno ejerciera su trabajo. Pasados unos diez minutos, y repito que con el fuego al mínimo y sin parar de mover la sartén, he dado la vuelta a los lomos y he apagado el fuego para que se acabara de hacer con el calor residual. 



sábado, 21 de marzo de 2020

RIÑONES DE CORDERO LECHAL AL JEREZ

Hace unos días, fui a la carnicería a por una pieza de aguja picada para hacer unas albóndigas. Mientras el carnicero trabajaba, no pude evitar desparramar la mirada por el resto del género y, habitualmente, me suelo fijar en los rabos que tiene troceados en bandejas, pero en este caso, me enamoré de unas bandejitas en las que había unos riñones de cordero lechal y enseguida me vino a la imaginación la forma de elaborarlos.

Es curioso cómo el gusto va evolucionando en algunos casos y permanece inamovible en otros. Las albóndigas, benditas sean, me trasladan a la niñez y me siguen gustando como entonces, de la misma forma que el hígado o los sesos, que no me gustaron jamás, siguen sin hacerlo. Sin embargo y sin abandonar la casquería, ocurre que los riñones, que antaño me parecían abominables, ahora me parecen suculentos, y lo mismo me ocurre con las coles en general.

Mi cariño hacia los riñones, igual que hacia los higaditos de conejo, me vienen de algunos ratos inolvidables pasados con mi cuñado José Ignacio en alguno de los bares de El Pardo y, habitualmente, acompañados de una copita de vino rosado, por el que mi cuñado sentía pasión.

500 gr de riñones de cordero lechal
1 cebolla
1 vaso de vino de Jerez
1 cucharada de harina
Un chorro ve vinagre de vino 
Pimentón de La vera dulce y picante
Perejil
Sal
AOVE

En primer lugar, vamos a limpiar bien los riñones, para lo cual les retiramos la grasa y la telita que los recubre y los metemos en una solución de agua, sal, y un buen chorro de vinagre y los dejamos unos 15 a 20 minutos.

Pelamos y picamos bien la cebolla y un par de dientes de ajo y los ponemos a pochar en una sartén con dos cucharadas de aceite a fuego bajo hasta que queden bien confitados.

Añadimos los riñones salpimentados y los freímos a fuego fuerte. Bajamos el fuego y añadimos el pimentón y la harina.

Mientras se hacen, ponemos en el mortero un par de dientes de ajo y perejil y hacemos una majada.

Añadimos un vasito de agua a la sartén y dejamos cocer a fuego bajo durante unos 15 minutos, cuando haya reducido, añadimos el vaso de jerez, subimos el fuego y echamos la majada con un poco de caldo de los riñones.

Pasados un par de minutos, bajamos el fuego al mínimo y dejamos que se hagan hasta que quede una salsa untuosa.

Y a disfrutar de una tapa exquisita en la que es imprescindible mojar pan en la salsa.