Hace unos días, un buen amigo nos
pasó un artículo que Javier Marías ha publicado en El País Semanal, titulado
“Las amistades desaparecidas”, En el que hace un repaso dando explicación al
porqué vamos perdiendo la amistad de nuestros amigos y no pude evitar recordar
el acontecimiento que ya os narré en la entrada del día 29 de abril, dedicada
al pulpo con bacon y habas tiernas de Vicente.
Mi primer círculo de amistades
fue, como creo que el de todo el mundo, el de mis compañeros del colegio. En
aquellos tiempos nos conocíamos por el apellido, en ocasiones por el segundo y,
mis mejores amigos eran, por un lado, Ormijana y Piñeiro, que era con los que
solía pasar los fines de semana y por otro, Rasilla, Riestra, Ruíz, Torremocha
y otros cuantos, con los que salíamos del colegio y nos íbamos a jugar al
“churro, media manga, manga entera”, a las carreras de chapas, o hacíamos
partidos en el Paseo del Pintor Rosales, detrás del monumento erigido en honor
de la Infanta Isabel, “La Chata”, con una piedra como balón.
Curiosamente, el devenir de los
años y la incorporación de nuevos alumnos, me hizo acercarme más a Aparicio y a
otros compañeros y fui dejando un poco de lado a los demás.
Como quiera que yo no era lo que
se puede tildar de un alumno brillante, sino más bien todo lo contrario, al
terminar 5º de Bachillerato me invitaron a abandonar el centro pues suspendí
hasta la F.E.N. El curso siguiente lo pasé en otro colegio donde terminé mis
estudios escolares.
No sé muy bien por qué, pero al
principio, seguía saliendo con mis amigos del colegio anterior, entre otras
cosas por la cercanía de nuestros domicilios, por ejemplo, seguí durante una
buena temporada saliendo con Rincón y con la pandilla del barrio, pero… duró
poco y, la cuestión es que, la amistad de mis queridos compañeros se fue
difuminando. Pero también ocurrió con los compañeros de mi nuevo colegio al
comenzar mis estudios en la Universidad, y después, volvió a ocurrir lo mismo
con estos. En mi caso, tomé novia nada más empezar la carrera y seguí con ella
durante toda la vida, por lo que empezamos a tener amigos comunes y aquí es
donde fue ocurriendo palabra por palabra lo citado por Marías en su artículo. Al
comienzo de este escrito he citado el acontecimiento que sucedió en el mes de
abril de este año y que, sin embargo, da al traste con todo lo escrito por
Marías.
Como ya dije en la entrada del 29 de abril, un buen
día, revisando los e-mails como hago todas las mañanas, me encontré con uno
bastante enigmático. Venía de la red LinkedIn y en él aparecía Jorge Valiente,
uno de mis compañeros del colegio Fray Luis de León. Me llamó la atención
porque suelo recibir mensajes de la citada red social y no sé muy bien por qué,
porque yo no recuerdo haberme dado de alta en ella y si lo hice debió de ser
hace mucho tiempo. Ignoré aquel e-mail durante unos cuantos días, pero no lo
borré y un buen día decidí contestar dejando el número de mi teléfono móvil. Al
poco tiempo, recibí una llamada y, efectivamente, era Valiente. Me dijo que un
grupo de exalumnos del colegio quería que nos reuniéramos para cenar y recordar
viejos tiempos y que, si no me parecía mal, me incluirían en un grupo de
WhatsApp. Acepté su propuesta y no tardé en recibir un mensaje.
Aquello fue como un sueño, porque
estaban todos mis compañeros y amigos de la infancia. Gente a la que hacía más
de cuarenta y cinco años de la que no sabía nada y aún me recordaban y, por si
esto fuera poco, alguno, como Riestra o de la Parra, los promotores de esta
locura, me recordaban con cariño.
Aquello fue como si todos los
recuerdos de mi infancia volvieran de repente a mi memoria. Estaba conversando
con ellos y, finalmente, quedamos para cenar una noche y así poder vernos y
abrazarnos como si no hubiera pasado el tiempo.
El viernes 12 de mayo se produjo
el reencuentro en el restaurante Ainhoa y aquello fue como estar en el cielo,
en la cena de los justos. Algunos no habían cambiado nada y estaban tal como
los recordaba cuando mi madre me cambió de colegio y dejé de verlos, repito, de
esto hace 45 años. A otros, costaba algo más reconocerlos, pues los años no
pasan en balde y, también hubo a los que recordamos con mucho más cariño porque
a lo largo de este camino de la vida, nos han abandonado para siempre. Los que
seguimos aquí, nos comunicamos a diario por medio del grupo y nos volvemos a
ver de vez en cuando. Y es que la amistad no se pierde, se diluye por intereses
dispares, pero es evidente que no dejamos de seguir queriendo a nuestros amigos.
Ojalá que, al leer esta entrada,
mis compañeros y amigos desde la infancia comprendan que, para mí, aquel 12 de
mayo ha sido una de las fechas más importantes de mi vida. En aquella cena pude
abrazarlos y hacer definitivamente las paces con Medina, con el que tuve algún
encontronazo cuando éramos chavales. Con aquel abrazo, olvidamos para siempre
nuestras rencillas y nació una gran amistad.
Valga este pequeño recuerdo como
contra artículo del de Javier Marías. No me quiero extender más porque Ursino tiene intención de escribir todo un libro y me va a encantar leerlo porque,
supongo que en él nos explicará qué les motivó a él y a Vicente para reunirnos
a todos de nuevo.
Gracias por seguir aquí,
compañeros. Gracias por seguir queriéndonos, amigos.
Ramírez, eres un figura,muchas gracias y un fuerte abrazo.
ResponderEliminarVicente.
Hola, repito comentario. Vicente.
ResponderEliminarEs emocionante ver como los años transcurridos se diluyen en un día y vuelves a ver a tus amigos y compañeros como si fuera ayer, y un orgullo ver como tus compañeros se han convwrrido en magníficas personas. Muchas gracias y un abrazo.
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