Hace unos días,
cuando venía de viaje, puse la radio, más que nada porque está conectada con el
manos libres del teléfono móvil, y había un locutor que hablaba de las comidas
y las fotocopias de las comidas, y ponía como ejemplo las bandejitas que
contienen unas lonchas o taquitos de jamón serrano. Lo de la fotocopia viene por el hecho
de que, según su opinión, no es lo mismo sacar una loncha de ese sobre, que
cortarla directamente de la pata del jamón porque los niños llegarán un día a
pensar que el jamón sale de las bandejitas y no de la pata, como ya les ocurre
con la leche y los bricks.
Adentrado en su
conversación puso otro ejemplo que, a mí se me antoja más gráfico, como es el
de las gulas. Tengo por cierto que un porcentaje elevadísimo de los niños no
han probado en su vida las originales, o sea, los bichitos, entre otras cosas
por su precio. Entre los adultos hay una pequeña divergencia, entre los que
tampoco las habrán comido en su vida, y los que sí, pero hace tanto tiempo, que
se han olvidado de su exquisito sabor.
A mí me las
proporcionan a un precio elevado, pero no tan disparatado como suele ser
habitual por lo que, de vez en cuando, me doy un homenaje a base de angulas a
la bilbaína. Pero esto no quiere decir que no consuma fotocopias, y que estas también
me gusten revueltitas con morcilla y huevo, pero son otra cosa que nada tiene que ver con las angulas, salvo por
su aspecto una vez cocinadas. Eso sí, sin ojitos.
Esto no son angulas, pero también están de rechupete
Por la razón
aludida en el epígrafe anterior, no es extraño que cuando recibo a algún amigo
íntimo o con quien quiero quedar bien, compre un par de cientos de gramos, que
no dan de sí más que para rellenar cuatro cazuelitas que parecen de juguete,
pero no deja de ser un detalle. En cierta ocasión, uno de mis comensales me
confesó, que hacía muchísimos años que no las había comido, y que ahora
prefería las gulas. Eso después de dejarte setenta euros en angulitas sienta
como una patada en salva sea la parte, más que nada porque ya venía advertido
del menú que iba a servir. En cualquier caso, yo estoy convencido de que entre
los que no las han probado en su vida, y los que, como mi amigo hacía tanto que
no las probaba, el animalito en cuestión debe de correr poco peligro de
extinción. Los mayores consumidores son los restaurantes de postín, que las
suelen ofrecer congeladas, para que no se les echen a perder. Y entonces, viene
un comensal acompañado, las pide para demostrar que tiene mucho dinero y un gusto
excelente, las come con desagrado acordándose de lo ricas que le saben las
fotocopias y, eso sí, al final dice: “Hay que ver qué ricas y frescas estaban
las angulas”. En voz bien alta para que todo el mundo en derredor se entere de
se ha pedido angulas frescas no, fresquísimas, como que venían congeladas.
Estas forman parte de mi último homenaje y no son congeladas (y se ve que tienen ojitos).