Si hay un
postre verdaderamente hogareño, este, es el plato de torrijas de leche, con
sabor amerengado que comíamos sentados todos juntos, alrededor de la mesa del
comedor, celebrando la Pascua de Resurrección.
De nuevo nos encontramos con un
postre que nació por la necesidad de conservar algo que sobra: el pan. Al
parecer, como en la época de Cuaresma, con la vigilia, se consumía menos carne,
también se consumía menos pan, y algo había que hacer con él, así que… ¿qué
mejor que unas torrijas? Son un postre cargado de simbolismo cristiano. Nace en
los conventos y dice la leyenda que el pan, muerto, es resucitado por medio de
la unción en aceite y los baños necesarios, como le ocurrió al mismísimo
Cristo. Es lamentable la cantidad de monstruosidades que sirven en los
restaurantes bajo tal denominación: las hay de vino, completamente encharcadas,
tan secas que parecen auténticos tostones, pero esa textura casera, con su
azúcar y canela por la parte exterior, que las hace crujientes al contacto con
los dientes, pero borrachas por su interior…
La
elaboración de estas torrijas que presentamos requiere una dosis de paciencia,
otra de cariño, y una última, no menos importante de carácter científico,
porque lo más normal es que, al principio, algunas se rompan y, por medio del
ensayo-error, y la repetitividad que aconseja la Escuela del Aprendizaje, se
termina por hacerlas como se debe. Recuérdese el entrenamiento positivo,
aquello de las cadenas de conducta y aplíquese a la elaboración de esta
exquisita receta, y a todos los aprendizajes de nuestra vida cotidiana. Este
autocontrol es necesario para afrontar el estrés.
1 BARRA DE
PAN DURO
½ LITRO DE LECHE
2 HUEVOS
CORTEZA DE LIMÓN
1 BARRITA DE CANELA
150
GRS. DE AZÚCAR
CANELA EN POLVO
ACEITE DE OLIVA VIRGEN EXTRA
Cortamos la
barra de pan al bies retirando las puntas, para obtener unas rodajas lo más
estiradas que podamos, cortamos 4 y las ponemos en una fuente honda.
En una
cazuela ponemos leche a calentar con 125 gramos de azúcar, la rama de canela y
la corteza de limón, que habremos cortado con cuidado de no llevarnos algo de
blanco. Dejamos que cueza durante cinco minutos, y lo vertemos sobre las
rebanadas de pan, ayudándonos de un par de cucharas las damos la vuelta para
que empapen bien.
Entre tanto, batimos los huevos, vamos pasando una a una las
rebanadas de pan empapadas y las freímos en aceite muy caliente para conseguir
que se cuaje el huevo cuanto antes y se tuesten por fuera, sin llegar a hacerse
por dentro. Y las vamos depositando en otra fuente.
Cuando estén
todas hechas, hacemos una mezcla de azúcar con canela en polvo y lo
espolvoreamos por encima de las torrijas, cubriéndolas por completo.
Este es un
plato que puede consumirse como postre, como acompañamiento del desayuno, como
cena o como ese tentempié de antes de ir a dormir. Solamente requieren una
condición para su servicio: servirlas con amor