Ahora
que empiezan los fríos es cuando apetece comer guisos más o menos contundentes,
como estas patatas que hoy traemos. Se trata de una de esas recetas de toda la
vida, de las que preparaban nuestras madres y abuelas, de las que nos trasladan
de golpe y porrazo a nuestra infancia. Solo por eso ya merecería una entrada en
este blog, pero como siempre queremos darle un toque novedoso al asunto, pues
vamos a apelar a nuestra creatividad y a nuestra memoria gustativa.
1 kg. de costillas de
cerdo adobadas
250 gr de gambas peladas
2 patatas terciadas
1 pimiento rojo
1 cebolla
2 dientes de ajo
2 cucharadas de tomate
triturado o tamizado
1 bote de cerveza
1 guindilla
Aceite de oliva virgen
extra
Pimentón de La Vera dulce
y picante.
Sal
Pimienta.
Vamos a hacer dos
elaboraciones diferentes, por un lado, prepararemos las patatas con costilla y
después le añadiremos las gambas.
Para la primera
elaboración picamos el pimiento y la cebolla en brunoise y las ponemos en una cazuela
con un par de cucharadas de aceite y a fuego bajo, para que se vayan pochando.
Una vez que estén medio pochadas, añadimos el pimentón y antes de que se
requeme, el tomate y dejamos que se sofría bien. A continuación, añadimos el
bote de cerveza y subimos el fuego.
Pelamos las patatas y las
chascamos a modo de grelos de un tamaño medio para poder incorporarlas al guiso,
cosa que haremos en cuanto comience el primer hervor.
En mi caso, tenía las
costillas ya fritas y reservadas, pero lo suyo es freírlas en una sartén con un
poco de aceite para incorporarlas después al guiso, una vez que estén bien
fritas y ahora es el momento de hacerlo. Dejamos que cueza a fuego lento
durante unos 30 minutos
Por otro lado, ponemos un
par de cucharadas de aceite en una sartén con el ajo cortado en láminas y la
guindilla y cuando empiecen a bailar los ajos, echamos las gambas y las dejamos
que se hagan al ajillo. Cuando estén hechas, las incorporamos al guiso y
dejamos que cueza durante otros 3 minutos.
Como sobraron una
barbaridad, las puse en un tuper y las dejé en la nevera. Al día siguiente
estaban más ricas, así que las puse en una cazuela y cuando estaban calentitas,
a punto de ebullición les incorporé un huevo y dejé que se cuajara con el calor
del propio guiso.