Conforme terminaba de publicar mi entrada
anterior acerca de la curiosidad de los cocineros, o quizá de toda la especie
humana, se me vino a la cabeza quién pudo haber sido el primero que probó algunos
alimentos, porque el hecho de que Adán se comiera una manzana, suponiendo que
sea cierto que lo hiciera y con ello cabreara al mismísimo Dios, entra dentro
de la lógica. Primero, porque se lo aconsejó Eva, su señora, pero también por
el aspecto apetitoso de la fruta y su magnífico aroma, en especial, recién
cortada del árbol. Pero… ¿quién sería el primero que probó las patatas?
La planta de la patata es una solanácea que
contiene un alcaloide muy tóxico, que es la solanina. Las patatas son sus raíces,
es decir, que para comerlas hay que levantar la tierra y dar con ellas. Los
brotes que aparecen en ellas también son tóxicos y, por si esto fuera poco, la
propia patata comida en crudo, es bastante desagradable de sabor y también
tóxica, aunque en menor grado. Esto me induce a pensar que más de uno, aunque
perdido en la noche de los tiempos, puesto que se trata de un alimento
ancestral que ya consumían los incas hace unos cuantos años, lo debió de pasar
bastante mal hasta dar con las patatitas cocidas, fritas o asadas. No hablaremos de las setas, porque eso sí que debió ser una auténtica lotería.
Si miramos a algunos pueblos primitivos
africanos, podemos ver que algunas larvas son para ellos un plato exquisito. Y
puede no extrañarnos tampoco demasiado, por aquello del tema de la hambruna que
vienen padeciendo desde tiempos inmemoriales. Lo mismo podríamos decir de las
hormigas culonas de Colombia, donde tampoco es que se pueda decir que hayan
nadado en la abundancia, en cuanto nos alejamos unos cuantos kilómetros de la
capital. El primero de los casos expuestos sigue siendo un alimento muy
nutritivo, pero bastante cerrado en cuanto a las fronteras. El segundo, ya no,
porque las hormigas culonas colombianas son un snack de lujo, no ya solo para
los colombianos, sino para el resto del mundo, como los saltamontes y otros
insectos enlatados originarios de Tailandia. Y vamos a quedarnos dentro de las
fronteras españolas… ¿quién sería el primero que probó la lamprea?... ¿y la
espardeña?...
La lamprea es una especie de culebra
repulsiva, o de gusano enorme para ser más exactos porque se trata de un
invertebrado, y una de las especies más primarias del mundo, que se alimenta de
sangre, y cuando la cortas, te deleita con una magnífica hemorragia. En cuanto
a la espardeña o pepino de mar (stichopus regalis), para aquellos que no lo
conozcan, es mejor ver el video adjunto para comprobar de qué se trata. Por si
no tuviera bastante con ser tan feo, está recubierto de holoturina, que es una
sustancia venenosa, y hay que ver la facilidad que tiene para ponerse rígido.
Pues bien, ambos animalitos son verdaderas delicatesen puestas en manos de los
más reputados chefs del mundo. Y también, los dos bichitos forman parte de los
fogones de los pescadores desde hace muchísimos años. Claro que si pensamos que
cualquier pescador tiene a la mano especies mucho más normalitas como las
sardinas, los chicharros… e incluso pececitos de más alta alcurnia como el
bacalao, la merluza, o el mero, por citar algunos ejemplos, sin entrar en
especies que se escapan del bolsillo como el besugo o la langosta, lo de probar
la lamprea, la espardeña o las anguilas, parece un acto de fe, más que de curiosidad.
Hay que tener ánimo para probar una cosa así.
En mi infancia, recuerdo haber probado
algunos elementos bastantes repugnantes, aunque exquisitos, como aquel lagarto
que correteaba por nuestra parcela como Pedro por su casa, y al que puso fin
Manolo, el conductor de mi padre y que nos comimos con cebolla, patatas y
tomatito, o las angulas que caían por la catarata de la acequia que desembocaba
muy cerquita del hotel Sicania de Cullera, donde olía realmente fatal. El
primero forma ya parte de la historia porque, en la actualidad, está prohibido
cazarlos bajo multas abultadísimas. Y las segundas también, porque ya no
existen ni la acequias ni las angulitas que vivían en ella.
Como última curiosidad diremos que, un buen
día de aquellos años, quisimos hacer a la brasa unas navajas que habíamos
pescado en la bahía, y que, por darles un poco más de toque quisimos añadir
algún marisquito. El chef nos regaló un buen puñado de carabineros, porque
entonces solamente servían para hacer caldo. Y precisamente para hacer un caldito
de primero, nos regalaron un rape enorme… Disfrutamos como nunca. Es curioso
cómo el devenir de los tiempos ha convertido especies casi de desecho en
auténticos manjares.
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