Imagino que cualquier lector se
habrá asombrado al leer semejante título en un blog de psicología y cocina,
pero no es tan extraño, porque a fin de cuentas, los flatos y flatulencias se
generan en el tracto digestivo y son consecuencia directa tanto de la forma en
que comemos, como del tipo de alimentación que sigamos.
Realmente no hay, que yo sepa,
ningún acuerdo científico ni lingüístico en que existan diferencias entre ambos
términos, pero es sencillo descubrir que alguna diferencia tiene que haber,
porque no es lo mismo el flato producido por la aerofagia, que la flatulencia,
generada en el estómago por la descomposición y reacción química de algunos
alimentos al interactuar con la flora intestinal.
Cuando ingerimos aire, cosa que
podemos hacer sencillamente al beber agua o al comer algún alimento de manera
más rápida de lo debido, ese aire pasa limpio a nuestro organismo y, o bien se
expele por donde ha entrado en forma de eructo, o pasa por el tracto intestinal
y desaparece por el ano, pero sin producir ninguna sensación desagradable. Esta
es la razón por la cual algunas ventosidades producen olor y otras no.
Sin embargo, al ingerir alimentos
como las legumbres, las coles, los productos lácteos o los alimentos con alto contenido
en gluten, lo que se está produciendo en nuestro organismo es una reacción
originada en buena parte por los oligosacáridos, que al no ser absorbidos por
completo, reaccionan con las bacterias que anidan en el estómago, produciendo
una reacción que va a generar una serie de gases, tales como el nitrógeno, el
hidrógeno, el metano, el dióxido de carbono y el oxígeno, y al romperse sus
proteínas se generan otros elementos químicos como el ácido butírico, el
sulfuro de hidrógeno y el disulfuro de carbono, que son realmente los culpables
del característico olor de las flatulencias al alcanzar el final de su
trayecto.
Nuestra intención al explicar
estas diferencias es que el lector sepa prevenir ambos males, cuyas molestias
no dejan de ser comunes mientras permanecen guardados, como la hinchazón del
vientre, dolor abdominal, etc. Y aportar algunos consejos a la hora de
alimentarnos.
En primer lugar hay que destacar
que la ausencia de algún diente o molar va a ayudar a la ingestión de aire, por
lo que es importante mantener todos los dientes en su sitio, o a ser
sustituidos por las prótesis oportunas.
El estrés puede originar que
comamos deprisa, sin masticar bien, originándonos aerofagia. Es importante
destacar que la boca forma parte del aparato digestivo y que, si bien una vez
que el alimento es ingerido ya no vamos a poder controlar su trayecto, sí
podemos hacerlo antes de deglutir, siendo la mejor solución masticar muy bien
los alimentos y ensalivarlos para facilitar su absorción una vez que dejemos de
ejercer el control sobre los mismos. Si antes de empezar a comer nos relajamos
y nos concentramos en la vista, el aroma y el placentero gusto de nuestra
receta, estaremos mejor preparados para afrontar ese estrés. El cuchillo y el
tenedor, aunque no forman parte del aparato digestivo, también nos van a
ayudar, si adecuamos mediante su uso el
tamaño de los bocados.
Otro aspecto a tener en cuenta es
que si bebemos aguas o refrescos gasificados estamos comiendo aire, lo mismo
que si bebemos cerveza, cava o vinos de aguja, por lo que, si tenemos tendencia
al meteorismo, sería mejor sustituirlos por otras bebidas menos agresivas.
En cuanto a los alimentos en sí,
ya hemos comentado que hay algunos que generan flatulencia por el mero hecho de
ingerirlos, sencillamente por la sucesión de reacciones químicas que se van a
producir en nuestro estómago. Sin embargo, la práctica totalidad de estos
alimentos son necesarios para una buena alimentación, por lo que no hay porqué
dejar de consumirlos. A fin de cuentas, al expeler los gases, siempre se siente
un cierto placer y, curiosamente, resulta de todo punto inexplicable, al menos
en cuanto al punto de vista de la psicología, que cuanto más fétido y
repugnante es el olor ajeno, más delicioso resulta el propio… ¿o no?
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