El día 3 de diciembre de
2016 escribía que, por un cambio de opinión, finalmente me decanté por hacer un
ajoarriero a la riojana. No han sido pocas las veces que lo he cocinado desde
entonces, porque siendo una receta sencilla, es asombrosamente resultona.
El otro día, descubrí en
la nevera un paquetito con dos piezas enormes de bacalao, pero eran de falda y
aleta, es decir que la carne es más dura y espinada, pero como va desmenuzada,
me pareció que poco podía importar, así que me puse manos a la obra y lo dejé
desalando durante un par de días.
Seguí la misma receta de
la entrada publicada en diciembre, pero al desmigarlo, percibí que estaba duro
y muy gelatinoso. No obstante, lo mezclé con el pimiento, el tomate, la cebolla
y, esta vez pensé que un chorrito de vino de La Rioja le vendría bien para terminar
de darle un hervor adicional. Y, a pesar de que nos comimos una buena ración,
seguía estando duro y sobró más de la cuenta.
Había dos alternativas:
rendirme y tirarlo a la basura, o reconvertirlo en otro plato diferente. Y así
fue como nacieron estos judiones para cuya elaboración, tampoco me devané
demasiado la sesera.
Puse los judiones a mojo
la tarde anterior y los dejé a fuego muy lentito durante una hora y media. Una
vez que parecían medio cocinados, quité buena parte del agua de la cocción y
les añadí el bacalao, dejándolos cocer otra media hora más.
La gelatina del bacalao
obró un milagro indescriptible, porque el resultado fue un bocado exquisito.
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