Hace muchos, muchos años, ya corría por mis
venas la sangre de la cocina y de la psicología. De niños, mi hermano y yo
solíamos jugar a que teníamos un restaurante en el que servíamos unos platos
horrorosos, tales como unos macarrones crudos, a los que aún no he dado salida,
y entre los que se encontraban estas peras con pan.
En el chalet de La Florida, además de las
tomateras que dieron montones de frascos de mermelada de tomate, había un peral
que daba multitud de frutos duros como el cemento y ciertamente bastante acres
pero eso no era óbice para que en nuestro restaurante se sirvieran esas peras
con pan duro y algo de agua para que fueran algo menos difíciles de digerir, o
para ser más precisos, de escupir.
Hace un par de años, dándole vueltas a esas
peras, se me ocurrió que podían llegar a estar hasta buenas si se les daba el
debido trato culinario y, aquí están.
La base sigue siendo la misma: peras duras,
pan duro y agua, pero vamos a añadirles algunos ingredientes y darles un poco de calor.
2 peras duras
4 rebanadas de
pan duro
¼ l de mistela o
cualquier vino blanco
70 gr de azúcar
Leche condensada
1 barrita de
canela en rama
En primer lugar
pelamos las peras, les retiramos el rabo y los pipos y las partimos por la
mitad.
Ponemos en un
cazo el vino, el azúcar, la ramita de canela y un vaso de agua y lo ponemos a
calentar al fuego.
Cuando rompa a
hervir echamos las peras y dejamos que se cuezan a fuego lento hasta que queden
blandas y absorban el caldo sin dejar que se consuma demasiado. Si así fuera,
añadiremos algo más de vino y de agua.
Ponemos en un
plato las rodajas de pan duro y las remojamos bien con el caldo de las peras.
Encima ponemos media pera y dejamos que se atempere.
Para servir, la
recubrimos con leche condensada y decoramos con media guinda y una ramita de
menta.
Se puede servir
caliente, semifría o fría y el resultado es igual de excelente.
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