Como ya he dicho
en alguna ocasión, la envidia no suele ser buena compañera porque hace pasar malos ratos, corrompe el espíritu y suele llevar a generar conductas
bastante inapropiadas. Si mi vecino estrena un coche nuevo, que además, es
alemán o inglés y, para más inri de gama alta, yo puedo: pasar del evento,
felicitarle por su nueva adquisición y celebrarlo con él (en cuyo caso no sería
un envidioso, sino un mentiroso), sentir un deseo irrefrenable de que le salga
malo y se le rompa mañana o sentir esa envidia sana de la que también hemos
hablado en alguna entrada anterior. ¿En qué consiste esa envidia sana? pues
sencillamente en pensar que mi coche aún anda bien, pero es probable que cuando
lo cambie me haga con uno similar si es que me lo puedo permitir.
Y volviendo al
tema de la cocina, que es el que nos ocupa, he de decir que tras ver un par de
recetas elaboradas por Sergio Rodríguez y otra similar por los gemelos Torres,
pues he de decir que he sentido una envidia bastante curiosa, pero creo yo que
de la sana, porque no les he deseado ningún mal a ninguno de los tres chefs,
pero sí he sentido la necesidad de hacerme con el producto que utilizaban y que
se me antojaba harto difícil de obtener. Se trata de las tripas de bacalao. Sin
embargo, tras llamar a una bacaladería de bastante renombre me dijeron que las
tenían a la venta. Así que, ni corto ni perezoso, puse rumbo al local para
hacerme con medio kilito de tripas y, ya que estaba, con otro medio de
cocochas.
Mi receta tiene
bastante que ver con las dos que vi en la televisión, pero he intentado
perfeccionarla fusionando las dos y añadiendo algunas cosas de mi cosecha. Ya
anticipo que también es un plato de los que requiere paciencia.
200 gr de tripas
o callos de bacalao
150 gr de
garbanzos
1 cabeza de ajos
1 chorizo
1 cebolla
1/2 bote de tomate
1 puñadito de
almendras
1 vasito de vino
blanco
1 hoja de laurel
1 guindilla
Aceite de oliva
virgen extra
Sal
Lo primero que
haremos será poner los garbanzos a mojo el día anterior. Yo tengo por costumbre
poner el paquete entero a mojo, utilizar los que necesito y congelar el resto,
y así ya los tengo remojados para usos posteriores.
También habrá que
poner en remojo las tripas de bacalao, pero esta vez las dejaremos en la nevera
y les cambiaremos el agua unas cuatro o cinco veces. Antes de utilizarlas,
conviene limpiarlas, retirándole la telita que tienen en uno de sus lados y las
cortamos en trozos medianos.
A continuación
ponemos agua en una cazuela con una hoja de laurel y una pizca de sal y
esperamos a que rompa a hervir. Echamos los garbanzos y cuando lleven más o
menos media hora de cocción media cabeza de ajos. Ahora ya lo podemos dejar a
fuego lento y tapado un par de horas más cuidando, eso sí, que no se sequen, en
cuyo caso añadimos un vasito de agua, subimos el fuego para que no dejen de
cocer y lo volvemos a bajar.
Como vemos, lo
más tedioso son los prolegómenos, porque la receta en sí lleva poco tiempo de
elaboración.
Cortamos el
chorizo en daditos y lo ponemos en una sartén con una pizca de aceite para que
vaya soltando la grasa. Picamos la cebolla muy fina y la añadimos. Cuando
veamos que está doradita, añadimos el tomate junto con la guindilla y dejamos que pierda el agua a
fuego lento. Añadimos el vasito de vino y esperamos un par de minutos a fuego
más vivo para que pierda el alcohol. A continuación, añadimos los garbanzos
cocidos y los cubrimos con el caldo de cocción.
Ahora hacemos una
majada empezando por las almendras y rematando con los ajos cocidos y, una vez
que esté bien machacado, lo añadimos a la cazuela.
Bajamos el fuego
al mínimo y ponemos los callos. Al ser los callos un producto gelatinoso como
las cocochas, conviene darle un ligero meneíto de vez en cuando y siempre con
el fuego al mínimo. En unos cinco minutos ya tendremos nuestro plato preparado.
Y este es de cuchara y buena hogaza de pan tierno.
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