Ayer compré una tarrina
de hígados de pollo con idea de elaborar un paté casero que, en cierta medida,
semejara al paté de foie que venden en algunos comercios.
Yo era consciente de la
dificultad que encierra intentar convertir esos hígados en un paté comestible y,
de pronto, sentí miedo de ponerme manos a la obra. Investigué en Google y vi
que aparecían un buen montón de recetas, pero no se parecían en nada a lo que
mi imaginación me dictaba. Las había con huevos, con cebolla, con paso por baño
maría, sin él, pero, en resumen, las fotos que mostraban daban impresión de
algo parecido al paté de cerdo y no al maravilloso ungüento que poblaba mi
imaginación. Así que, tomando algunas ideas, me dispuse a elaborar lo que había
en mi cerebro. La cebolla no aparecía en mi imaginación, pero sí en todas las
recetas, así que decidí añadirla.
1 tarrina de hígados de
pollo
150 gr. De mantequilla
½ cebolla
25 cl. De nata
Pimienta recién molida
1 cucharada de vodka
(puede ser brandy o ron)
1 vasito de vino de Jerez
añejo.
1 chorrito de agua
oxigenada
Leche
Sal.
En primer lugar, hay que
limpiar bien los higaditos y retirar los trozos que puedan contener hiel. Se
ponen en un bol y se recubren de leche y un chorrito de agua oxigenada,
dejándolos al menos doce horas en la nevera para que queden blanquitos.
Una vez transcurrido ese
tiempo, los lavamos bien en un colador grande y procedemos a una limpieza más
minuciosa, donde retiraremos todas las venas y tejidos. Ahora no importa que
los destrocemos, porque van a ir a la sartén y después al molinillo.
Picamos la media cebolla
y la pochamos con un trozo de mantequilla derretida y un poco de sal. Cuando
esté transparente, subimos el fuego y añadimos los higaditos durante un par de
minutos. La idea es sellar, de manera que no los vamos a dejar de mover durante
todo el proceso, que durará unos tres o cuatro minutos.
Ponemos en el vaso
batidor el contenido de la sartén y le añadimos la nata, el vodka, el vino, el
resto de la mantequilla derretida y un poco, pero generoso, de pimienta recién
molida. Batimos bien, durante un minuto o más, removemos para que lo que había
en la parte superior baje y quede también batido, y de paso aprovechamos para
rectificar de sal y o de pimienta, y le damos otro minuto de batidora.
Esto ya va en gustos,
pero a mí me apetecía gastar otro poco de mantequilla en recubrir el fondo de
la tarrina y se echa el foie. Se deja que se atempere y se introduce en la
nevera durante unas cuantas horas.
También es opcional, pero
queda más bonito si, una vez que esté más o menos duro, lo recubrimos con otro
poco de mantequilla fundida, sin llegar a recubrir del todo, porque le da un
aspecto más profesional
El resultado es
sorprendente, tanto de pinta como de sabor y se puede utilizar para hacer
canapés acompañándolo de mermelada o miel de ciprés, para acompañar carnes o
para pastas…
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