Cuántas veces nos salva
el congelador de un ataque de apetito repentino, de esos que no hay quien
aguante…
Así me ocurrió anoche.
Tenía un hambre voraz y ninguna gana de salir de casa, así que revisé el
frigorífico y, el pobre, estaba temblando. Abrí entonces la puerta del
congelador y me encontré que estaba atestado de pan, pero también había una
bolsa con filetes de merluza y una caja de gambones que, seguramente, habrá
comprado Gloria para las fiestas navideñas. Un ajito picado, una pizca de
perejil seco, una copita de vino blanco y un par de cayenas y esas dos
preciosidades que había en el congelador eran más que suficiente para despertar
mi creatividad y ponerme manos a la obra. Hay que ver cómo se despierta la
creatividad ante las adversidades.
Lo primero que hice fue
la salsa: Ajito picado sobre un lecho de aceite de oliva virgen extra
calentito, una pizca de harina y vino blanco para hacer una salsa gordita. Las
dos cayenas machacadas, el perejil de frasco y a esperar a que engorde.
La merluza, una vez
descongelada bajo un chorro de agua fría, la salpimenté y le corté los bigotes
y las patas a las gambas, y todas fueron a la misma sartén en la que la salsa
ya tenía ese aspecto rico, rico.
No calculé el tiempo que
me llevó hacer esta receta, pero creo que no llegó a los diez minutos.
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