Algunas
veces apetece ponerse creativo, pero hoy lo realmente apetecible era una receta
tradicional donde las haya. En mi caso, esta era una de mis asignaturas pendientes,
porque el tema de dar la vuelta a la tortilla se me solía resistir bastante. Así
que, si va alguna que otra a la basura, no debe desmoralizarnos. Ya sabemos que
el espíritu de superación es una dignidad de la raza humana.
La
eterna pregunta absurda es si debe llevar o no cebolla. A mí me gusta mucho más
con cebolla porque le da un toque más jugoso y le aporta el saborcito dulce de
la raíz. Pero al que no le guste la cebolla lo tiene más sencillo porque solo
tiene que saltarse el paso de pelarla, picarla y freírla
8
HUEVOS
1
CEBOLLA
3
PATATAS TERCIADAS
ACEITE DE OLIVA VIRGEN EXTRA
SAL
Hay
que tener en cuenta que cuanto más grande y más gordita, va a estar más rica.
Así que vamos a comenzar pelando las patatas y cortándolas en rodajas finas.
Hacemos lo propio con la cebolla, es decir pelarla y cortarla también en
láminas finas. A continuación, ponemos en una sartén abundante aceite con fuego
muy bajo y confitamos las patatas con la cebolla hasta que quede todo blandito.
Sacamos de la sartén, lo colamos para que pierda todo el aceite y lo
reservamos.
Los
pasos siguientes son como los de la tortilla francesa, es decir que batiremos
los huevos en un bol, esta vez todos juntos, y una vez que queden bien
mezcladas las claras y las yemas, les añadimos las patatas y la cebolla,
revolviendo con cuidado para que formen una masa, pero sin romper demasiado las
patatas, aunque esto va en gustos.
En
una sartén antiadherente, de la que nos habremos asegurado previamente que
tiene el tamaño adecuado para poder poner un plato sobre ella, echamos un poco
de aceite y el contenido del bol, y dejamos que se cuaje a nuestro gusto,
aunque ya advertimos que
en
los primeros intentos es mejor que quede bien cuajadita para que resulte más
fácil darle la vuelta. Ponemos el plato sobre la sartén, le damos la vuelta, y
la volvemos a colocar en la sartén por el lado contrario. Este es el punto
complicado, porque pueden surgir los siguientes
problemas:
1º
puede que, al voltear la sartén, se nos caiga toda la tortilla al suelo.
2º
puede que le demos la vuelta con éxito, pero al levantar la sartén nos
encontremos con que hay un trozo de tortilla pegada en el fondo y que se nos
destartale la obra. Por eso he advertido que la sartén debe ser antiadherente.
3º
puede que después de haber realizado todo lo anterior con éxito, al intentar
poner la tortilla otra vez en la sartén, se nos desparrame, o se forme un
rollito que dé al traste con el aspecto suculento de la tortilla redondita.
En
el primer caso, lo mejor es recoger el desaguisado, tirarlo a la basura, y
volver a empezar, porque no resulta nada grato comer productos recogidos del
suelo. Recordemos aquello de las
cadenas
de conducta y el entrenamiento positivo.
El
segundo problema tiene mejor solución, que consiste en volver a dejar la
tortilla como estaba, y con ayuda de una espátula despegar el trozo que se
había quedado pegado.
El
tercer problema es meramente estético, porque, aunque se desparrame una
porción, la tortilla terminará haciéndose, y si se forma el rollito, parecerá
una tortilla con chepa, pero nada más.
Una
vez que hayamos conseguido dar todos los pasos anteriores de manera exitosa,
tendremos de nuevo la tortilla en la sartén, pero con la parte doradita arriba,
por lo que, si esperamos un poquito, tendremos la tortilla finalizada.
En cuanto al acabado, también va la cosa en gustos: hay a quien le gusta cruda, jugosita, semi-seca y seca del todo. En nuestro caso la solemos hacer jugosita tirando a cruda.
Para
sacarla, hay quien prefiere hacerlo otra vez poniendo el plato encima, pero
resulta más sencillo dejarla resbalar de la sartén al plato.
Vemos que está tostadita, pero al abrirla...
Está jugosita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario