ESTA ENTRADA ES UN CAPÍTULO DEL LIBRO PSICOLOGÍA EN LA COCINA.
Lo cierto es que mi primera
experiencia fue un tanto traumática, como ahora paso a relatar, y es una clara
demostración de que el entrenamiento positivo de Skinner es sumamente útil.
En primer lugar hay que elaborar la
masa, y siguiendo unas sencillas normas, se consigue con cierta facilidad. Vamos
a poner un cuarto de bolsa de harina (unos 250 grs.), tres huevos, una pizca de
sal y un chorrito de aceite de oliva virgen extra. Batimos los huevos, les
añadimos la harina, la pizca de sal y el chorrito de aceite, y amasamos hasta
conseguir una masa compacta, que no se nos pegue a los dedos. Una vez que la
tengamos, la dejamos reposar unos quince minutos. Hasta aquí todo bien.
Ahora tenemos que enfrentarnos a la
maquinita. Su peso hacía pensar que se trataba de un producto de calidad, y las
instrucciones vienen redactadas para cualquiera que no sepa ni siquiera leer,
porque son unos dibujos como los de los mueblitos de IKEA. Así que decidimos hacer lo que decían los
dibujitos: Sacamos la máquina de la caja, la acomodamos en un lateral de la
encimera, o en una mesa y la fijamos con el tornillo que la acompaña.
Seguidamente, ponemos la palanca en el orificio indicado en el primer paso, que
es el de chafar la masa. Observamos que viene un regulador de grosor, con
muchas posiciones, así que empezamos por la gruesa para facilitar la labor.
Volvemos a la masa, que ya ha
descansado incluso algo más de esos quince minutos, y la partimos en cuatro
trozos, para hacer cuatro bolitas. Cogemos la primera, la espachurramos un poco
con la palma de la mano contra la encimera, y la pasamos por la parte ancha de
la máquina maravillosa. Le damos a la manivela, y nos sale más chafadita. Ahora
ponemos la posición fina y volvemos a pasar la masa, comprobando que, como por arte
de magia, se ha convertido en algo parecido a una lasaña muy larga, que ya
podemos recortar para hacer canelones o la misma lasaña. Pero habíamos decidido
hacer tallarines, así que ahora viene la segunda parte, que es cambiar la
palanca de la posición de “planchado” a la de hacer tallarines, coger esa masa planchadita
y pasarla por la máquina.
La primera vez, y digo la primera vez
porque, por aquello del ensayo-error, hubo unas cuantas, conforme iba cayendo
la masa sobre la encimera, se iba convirtiendo otra vez en una bola de masa
informe, eso sí, hecha tiritas. Nada, no pasa nada, se vuelve a amasar y
empezamos otra vez desde el principio.
La segunda vez, la pasé apoyando la
masa planchadita sobre la máquina y estirando de abajo para evitar que cayera
sobre la encimera y hacerse otra vez una bola informe… Al momento la masa dejó
de correr porque se había pegado a la parte superior de la maquinita, y
conforme estiraba, se iba haciendo la cosa más fina hasta romperse. Reconozco
que en este punto ya empecé a imprecar, aunque sin perder del todo los nervios.
No pasa nada, volvemos a amasar y a empezar desde el principio.
La tercera, que suele ser la vencida,
pensé que, añadiendo algún eslabón más a la cadena de conducta, es decir,
poniendo un poquito de harina en la parte superior de la maquinita del demonio,
la masa correría y, en principio, lo hacía hasta que se quedaba sin la sutil
capa de harina y volvía a pegarse en el acero. Sin embargo, esta vez, había
conseguido fabricar unos tallarines de buen porte, aunque algo cortos: unos
quince centímetros, a pesar de lo cual, me sentí orgulloso. Cuando los intenté
colgar de un palo para que se secaran, es cuando me di cuenta de lo ridículos
que eran, así que decidí que sería mejor hacer otra vez la bolita, amasarla y
empezar de nuevo, o mejor aún, tirar las bolitas de masa a la basura, justo
delante de esa maquinita del infierno.
Ya tenía las cuatro bolitas en la
mano, dispuesto a arrojarlas, airado, en el cubo de la basura cuando,
súbitamente, tuve una visión: Con la mano izquierda podía ir poniendo la tira
de masa poco a poco para evitar que se pegara, con la derecha, podía ir recogiendo
los tallarines terminados y… ¿Con qué le doy vueltas a la manivela? ¿con la…?...
¿Y si ponía un poco más de harina en las bolitas de masa para evitar que se
pegaran a la puta máquina?
Ahí me tienes, amable lector, amasando
de nuevo con más harinita, para hacer unas bolitas menos compactas. La cosa es que
los dos primeros pasos se me daban ya de maravilla, pero en cuanto quería hacer
los tallarines, hay que ver cómo se torcía la tarea. Antes de meter mis
planchitas de masa en el agujero de los tallarines, pensé que quizá, si la
cortaba por la mitad, resultaría más sencillo que salieran bien y me puse manos
a la obra… El resultado final mejoró bastante, pero seguían siendo horribles.
No obstante, decidí cocerlos en agua y, sorprendentemente, estaban deliciosos.
Como la experiencia es un grado, la
siguiente vez que decidí hacer uso de la maquinita, ya comencé por poner más
harina en la masa, de manera que evité los intentos fallidos de la vez
anterior. En segundo lugar, recorté las tiras de masa en dos para evitar que me
volviera a pasar esa monstruosidad, y finalmente, en algo más de cinco minutos
de trabajo efectivo, es decir, descontando los quince minutos de espera, y el
ratito de secado en los palos, conseguí confeccionar unos tallarines de
bastante buen porte y aspecto casi profesional, aunque ciertamente, me seguían pareciendo
algo cortos y pensé que eso se debía mejorar. La siguiente vez, lo que hice fue
montar mi (otra vez, y por fin) maravillosa máquina pegada al borde de la mesa,
de suerte que la distancia entre la salida de los tallarines y el suelo es de
70 cm., espacio más que suficiente para poder recogerlos y cortarlos al tamaño
deseado, o sencillamente, no cortarlos. Así, puedo decidir si los quiero muy
largos, medianos o más cortitos.
Hay otra opción, que consiste en
hacerlos entre dos personas: una que ponga la masa y la recoja, y otra que le
dé vueltas a la manivela. Saben mejor porque estás bien acompañado y además, tu
acompañante, te puede sugerir alguna salsita para hacerlos. Si se toma nota de
mi turbulenta experiencia, como hice yo, con un poquito de entrenamiento
positivo, os auguro un placer incomparable porque los espaguetis que salen de
esta máquina son deliciosos, y con dos minutos de cocción, basta para obtener
cuatro raciones.
D.Jesus, me gusta mucho lo que cuestas y como lo cuentas.
ResponderEliminarYa tienes un seguidor fiel.
Sigue haciendo esas entradas de temas tan variados y divertidos. Podría ser interesante una página dedicada a "cosas raras" en la línea trazada en el post.
Un abrazo
Este mismo comentario me lo hizo el editor de CEPE cuando publiqué mi primer libro, pero el añadió: "y la edad que tienes para hacerlo". Eso fue en 1992... ¡Ay, juventud, divina juventud!
ResponderEliminarhola jesus
ResponderEliminarvaya via crucis con la maquinita dichosa de hacer pasta. a mi me pasó algo parecido hasta que aprendí a hacerlos, pero queremos fotos de la experiencia o no te atreves jejeje
saludos y enhorabuena por el blog amigo!!
haaa que bueno, vean yo tengo una maquina de estas,y quisiera saber cuando cuesta en dolares en el mercado esta maquina,mi abuela me la eredo, y estoy bendiendola, pero nose encuanto darla ella la trajo de italia,y esta casi nueba,me alludan porfabor
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