sábado, 22 de octubre de 2011

EL ENTRENAMIENTO POSITIVO: ESPAGUETIS CASEROS

                            ESTA ENTRADA ES UN CAPÍTULO DEL LIBRO PSICOLOGÍA EN LA COCINA.

El otro día descubrí un utensilio de cocina ciertamente curioso. Se trata de una máquina que sirve para hacer espaguetis, canelones, lasaña, y tallarines. La vi en un centro comercial y me enamoré de ella en el acto. Ya sé que es muy sencillo ir al “super” y coger una bolsa, porque además, ahora los hacen para todos los gustos, de todos los colores, y tanto en fresco, como en seco. Pero no es lo mismo que comerte una pasta elaborada por ti mismo de principio a fin.

Lo cierto es que mi primera experiencia fue un tanto traumática, como ahora paso a relatar, y es una clara demostración de que el entrenamiento positivo de Skinner es sumamente útil.

En primer lugar hay que elaborar la masa, y siguiendo unas sencillas normas, se consigue con cierta facilidad. Vamos a poner un cuarto de bolsa de harina (unos 250 grs.), tres huevos, una pizca de sal y un chorrito de aceite de oliva virgen extra. Batimos los huevos, les añadimos la harina, la pizca de sal y el chorrito de aceite, y amasamos hasta conseguir una masa compacta, que no se nos pegue a los dedos. Una vez que la tengamos, la dejamos reposar unos quince minutos. Hasta aquí todo bien.

Ahora tenemos que enfrentarnos a la maquinita. Su peso hacía pensar que se trataba de un producto de calidad, y las instrucciones vienen redactadas para cualquiera que no sepa ni siquiera leer, porque son unos dibujos como los de los mueblitos de IKEA.  Así que decidimos hacer lo que decían los dibujitos: Sacamos la máquina de la caja, la acomodamos en un lateral de la encimera, o en una mesa y la fijamos con el tornillo que la acompaña. Seguidamente, ponemos la palanca en el orificio indicado en el primer paso, que es el de chafar la masa. Observamos que viene un regulador de grosor, con muchas posiciones, así que empezamos por la gruesa para facilitar la labor.


                                                          Instrucciones de la máquina.

Volvemos a la masa, que ya ha descansado incluso algo más de esos quince minutos, y la partimos en cuatro trozos, para hacer cuatro bolitas. Cogemos la primera, la espachurramos un poco con la palma de la mano contra la encimera, y la pasamos por la parte ancha de la máquina maravillosa. Le damos a la manivela, y nos sale más chafadita. Ahora ponemos la posición fina y volvemos a pasar la masa, comprobando que, como por arte de magia, se ha convertido en algo parecido a una lasaña muy larga, que ya podemos recortar para hacer canelones o la misma lasaña. Pero habíamos decidido hacer tallarines, así que ahora viene la segunda parte, que es cambiar la palanca de la posición de “planchado” a la de hacer tallarines, coger esa masa planchadita y pasarla por la máquina.

La primera vez, y digo la primera vez porque, por aquello del ensayo-error, hubo unas cuantas, conforme iba cayendo la masa sobre la encimera, se iba convirtiendo otra vez en una bola de masa informe, eso sí, hecha tiritas. Nada, no pasa nada, se vuelve a amasar y empezamos otra vez desde el principio.

La segunda vez, la pasé apoyando la masa planchadita sobre la máquina y estirando de abajo para evitar que cayera sobre la encimera y hacerse otra vez una bola informe… Al momento la masa dejó de correr porque se había pegado a la parte superior de la maquinita, y conforme estiraba, se iba haciendo la cosa más fina hasta romperse. Reconozco que en este punto ya empecé a imprecar, aunque sin perder del todo los nervios. No pasa nada, volvemos a amasar y a empezar desde el principio.

La tercera, que suele ser la vencida, pensé que, añadiendo algún eslabón más a la cadena de conducta, es decir, poniendo un poquito de harina en la parte superior de la maquinita del demonio, la masa correría y, en principio, lo hacía hasta que se quedaba sin la sutil capa de harina y volvía a pegarse en el acero. Sin embargo, esta vez, había conseguido fabricar unos tallarines de buen porte, aunque algo cortos: unos quince centímetros, a pesar de lo cual, me sentí orgulloso. Cuando los intenté colgar de un palo para que se secaran, es cuando me di cuenta de lo ridículos que eran, así que decidí que sería mejor hacer otra vez la bolita, amasarla y empezar de nuevo, o mejor aún, tirar las bolitas de masa a la basura, justo delante de esa maquinita del infierno.

Ya tenía las cuatro bolitas en la mano, dispuesto a arrojarlas, airado, en el cubo de la basura cuando, súbitamente, tuve una visión: Con la mano izquierda podía ir poniendo la tira de masa poco a poco para evitar que se pegara, con la derecha, podía ir recogiendo los tallarines terminados y… ¿Con qué le doy vueltas a la manivela? ¿con la…?... ¿Y si ponía un poco más de harina en las bolitas de masa para evitar que se pegaran a la puta máquina?

Ahí me tienes, amable lector, amasando de nuevo con más harinita, para hacer unas bolitas menos compactas. La cosa es que los dos primeros pasos se me daban ya de maravilla, pero en cuanto quería hacer los tallarines, hay que ver cómo se torcía la tarea. Antes de meter mis planchitas de masa en el agujero de los tallarines, pensé que quizá, si la cortaba por la mitad, resultaría más sencillo que salieran bien y me puse manos a la obra… El resultado final mejoró bastante, pero seguían siendo horribles. No obstante, decidí cocerlos en agua y, sorprendentemente, estaban deliciosos.

Como la experiencia es un grado, la siguiente vez que decidí hacer uso de la maquinita, ya comencé por poner más harina en la masa, de manera que evité los intentos fallidos de la vez anterior. En segundo lugar, recorté las tiras de masa en dos para evitar que me volviera a pasar esa monstruosidad, y finalmente, en algo más de cinco minutos de trabajo efectivo, es decir, descontando los quince minutos de espera, y el ratito de secado en los palos, conseguí confeccionar unos tallarines de bastante buen porte y aspecto casi profesional, aunque ciertamente, me seguían pareciendo algo cortos y pensé que eso se debía mejorar. La siguiente vez, lo que hice fue montar mi (otra vez, y por fin) maravillosa máquina pegada al borde de la mesa, de suerte que la distancia entre la salida de los tallarines y el suelo es de 70 cm., espacio más que suficiente para poder recogerlos y cortarlos al tamaño deseado, o sencillamente, no cortarlos. Así, puedo decidir si los quiero muy largos, medianos o más cortitos.

Hay otra opción, que consiste en hacerlos entre dos personas: una que ponga la masa y la recoja, y otra que le dé vueltas a la manivela. Saben mejor porque estás bien acompañado y además, tu acompañante, te puede sugerir alguna salsita para hacerlos. Si se toma nota de mi turbulenta experiencia, como hice yo, con un poquito de entrenamiento positivo, os auguro un placer incomparable porque los espaguetis que salen de esta máquina son deliciosos, y con dos minutos de cocción, basta para obtener cuatro raciones.


4 comentarios:

  1. D.Jesus, me gusta mucho lo que cuestas y como lo cuentas.

    Ya tienes un seguidor fiel.

    Sigue haciendo esas entradas de temas tan variados y divertidos. Podría ser interesante una página dedicada a "cosas raras" en la línea trazada en el post.

    Un abrazo

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  2. Este mismo comentario me lo hizo el editor de CEPE cuando publiqué mi primer libro, pero el añadió: "y la edad que tienes para hacerlo". Eso fue en 1992... ¡Ay, juventud, divina juventud!

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  3. hola jesus

    vaya via crucis con la maquinita dichosa de hacer pasta. a mi me pasó algo parecido hasta que aprendí a hacerlos, pero queremos fotos de la experiencia o no te atreves jejeje

    saludos y enhorabuena por el blog amigo!!

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  4. haaa que bueno, vean yo tengo una maquina de estas,y quisiera saber cuando cuesta en dolares en el mercado esta maquina,mi abuela me la eredo, y estoy bendiendola, pero nose encuanto darla ella la trajo de italia,y esta casi nueba,me alludan porfabor

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