Me ha regalado mi
sobrino Nacho una bandeja repleta de macrolepiotas proceras, conocidas
vulgarmente como parasoles. Los parasoles son setas de gran tamaño y eso las
hace seguras, porque el resto de las lepiotas más pequeñitas son venenosas o al
menos tóxicas. Sin embargo las de la bandeja de Nacho son exquisitas.
Yo no había
probado ninguna seta hasta bien entrados los 18 años, cuando mi futuro suegro
nos llevaba a por ellas y no sé muy bien por qué, pero nosotros podíamos
encontrar dos o tres y él levaba una cesta llena. Mi suegro conocía algunas
variedades, pero solamente recogía la pleorotus eringii, conocida como seta de
cardo y fue con esta seta con la que me inicié.
Al cabo de los
años, me fui animando a recolectar otros tipos de setas, como la psaillota
campestris o champiñones silvestres, la marasmius oreades o senderina, la
macrolepiota procera ya mencionada y así, en la actualidad, reconozco como
exquisitas unas cuantas variedades, aunque realmente son unas pocas las que me
vuelven loco, como los boletus en sus diversas variedades comestibles y
reconocidas por diferentes nombres, aunque el más culinario es el de cep, la coprinus
comatus o seta barbuda y, bueno, no vamos a negarlo, la verdad es que me gustan
todas las que recolecto que ya, como comentaba, van siendo bastantes. (Aunque
goza de gran aceptación sobre todo en Cataluña, a mí, el lactarius deliciosus,
o níscalo, o robellón me parece una seta más bien basta y suelo consumirla con patatas
o acompañando alguna receta de carne) .
Vamos a la receta
que nos ocupa y que solamente lleva huevo, pan rallado, ajo en polvo, perejil
seco, aceite de girasol o de oliva virgen suave y sal.
Lo primero que
suelo hacer con las lepiotas es limpiarlas bien, retirarlas el pie, la cutícula
que tienen justo en el centro del sombrero y las escamas más grandes.
Una vez bien
limpias, me gusta cocerlas con un poco de agua. En realidad se trata de un
blanqueo, porque en cuanto empieza a cocer el agua, las retiro. Este paso,
normalmente no es necesario, pero un buen amigo extremeño y amante de las
lepiotas, me lo aconsejó y es cierto que quedan más suaves y se limpian las
posibles impurezas que pudieran generar cierta toxicidad. También se facilita
la labor del rebozado porque el pan rallado se agarra mejor al estar húmedas.
El paso siguiente
es mezclar el pan rallado con un poco de ajo en polvo y perejil seco. Y por
otra parte batir el huevo, aunque no en demasía. El tema de la sal va en
gustos, porque hay quien la pone antes de rebozarlas y quien lo hace una vez
fritas. Yo prefiero lo segundo.
Pasamos las setas
troceadas por el pan rallado, luego por el huevo y por último otra vez por el
pan y las freímos en abundante aceite que habremos puesto previamente a
calentar. Una vez fritas, las vamos sacando a un plato recubierto con papel
absorbente y, ya digo que es ahora cuando les pongo una pizca de sal.