En la entrada correspondiente al
28 de diciembre de 2011 publiqué un artículo bajo este mismo título. En él,
hice un recorrido por los años terminados en 2, haciendo hincapié en que, si
además de acabar en 2, el año es bisiesto, ocurren cosas que me han marcado la
vida.
El primero en el que ocurrió esta
coincidencia fue en 1972 y, como comenté, en el mes de marzo perdí a mi padre.
Tenía 62 cuando murió, y mi madre, que como también comenté, era la persona más
supersticiosa del mundo, lo achacó a que era año bisiesto.
Pues bien, no sé por qué lo hice,
pero lo hice. Se me ocurrió contrastar en qué año habría de cumplir yo los 62
años y resultó ser 2019, es decir que tendría por delante todo 2020, que no
acaba en 2 pero contiene dos doses y es bisiesto. Por loco que parezca, aquel
dato quedó marcado en mi cerebro.
En 1972 yo contaba 14 abriles y
para llegar a 2020 me quedaba una eternidad, así que, tampoco le di mayor
importancia. El problema es que, aunque no me hubiera dado cuenta, el año
pasado cumplí 62 en septiembre y me quedaban nueve meses por delante del 2020.
El día de mi santo, que como ya
he comentado en múltiples ocasiones lo celebro el 1 de enero, andaba con Duna,
mi perrita en la casa de la playa. Es una undécima planta y se había estropeado
el ascensor. No era la primera vez que nos pasaba y, con resignación, íbamos
subiendo y haciendo descansos cada tres plantas, pero, aquel día, Dunita ya
empezaba a sentir el paso de los años y al llegar a la octava, me dijo que ella
se quedaba allí, así que ahí la dejé y terminé de subir los tres pisos que me
quedaban hasta casa.
Por estas fechas no hay nadie en
todo el edificio salvo mi perrita y yo, así que dejé la puerta abierta para
esperar a que descansara lo suficiente para poder continuar. Pasado un buen
rato, Duna seguía sin aparecer de manera que decidí bajar a buscarla con unos
huesos para animarla a terminar su recorrido. La idea surgió efecto, pero vi
que seguía muy fatigada. Al llegar a casa, se subió al sofá y se quedó dormida.
Duna, como cualquier perro,
pasaba de estar profundamente dormida a una actividad febril para, al cabo de
un rato, volver a quedarse dormida como un tronco. Pero ese día le costó más de
lo habitual. Sé que mucha gente piensa que hablarle a un perro es una
chaladura, pero nada más alejado de la realidad porque tu perro te entiende a
la perfección todo lo que le dices y yo, que en aquel momento recordé mi neura
del año 2020, le dije que prefería que se muriera ella a morirme yo y claro que
me entendió. Me miró con esa cara que ponía cuando algo no le cuadraba, pero se
volvió a dormir.
Mi padre estaba como una rosa y,
de hecho, estaba en Valencia celebrando las fallas cuando le dio un ataque
mientras disfrutaba de una corrida de toros. Lo llevaron al hospital y allí
falleció el día 18 de marzo.
Por si no teníamos bastante con
estos pensamientos absurdos, va y aparece la Covid19, y se lleva por delante a
un montón de gente. Mi hermano Manuel murió en marzo, unos días antes de
cumplir los 80 y, el día 30, murió Duna como si me hubiera entendido aquel día
en el que tuvimos que subir andando hasta casa.
El tiempo siguió avanzando desde
aquel día y, aunque lo había pedido en enero, no fue hasta junio cuando llegó
Puppy, mi nuevo perrito al que habría deseado que Duna me hubiera ayudado a
educar. Pero ella ya no estaba. La llegada de Puppy fue como un soplo de aire
fresco y, tener que educarlo yo solo desde el principio, fue rejuvenecedor.
Cuando pensé en traer un nuevo cachorro
a casa, decidí que iba a ser todo lo contrario a Duna. Y así fue. Puppy es un
caniche macho, es decir, mucho más pequeño que Duna, no suelta pelos y además
es varón. Pero recuerda muchísimo su antecesora.
Casi sin darme cuenta, ha llegado
el día 31 de diciembre y, como me prometí, voy a preparar un menú sencillo,
pero absolutamente caro y rico para mi santo: De primero, unas angulas de
Aguinaga a la bilbaína, es decir, fritas en una cazuelita de barro con bien de
aceite, ajo y una guindilla. Y después, unas chuletitas de cordero lechal a la
plancha con unas patatas panadera. Todo ello regado con un benjamín de champán Möet
& Chandon Brut Imperial.
Bon appetit.
Por cierto, siguiendo con mi
neura, me dejé crecer la perilla y el bigote en septiembre de 2019 para engañar
a la parca. Y me prometí también que, si llegaba al 1 de enero de 2021, me la afeitaría.
Me he afeitado esta mañana.
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