Mi vena barcelonesa, porque yo
creo que es solamente una y para mí que es un capilar, me ha llevado estos días
a darme un paseo por la cocina catalana y elaborar un par de platos originarios
de allí. Como estamos en temporada, pregunté en la verdulería gourmet que han
abierto cerca de casa, si me podían conseguir unos calçots. En el resto de las
tiendas no había ni asomo de ellos, pero aquí me proporcionaron un manojo de 20
sin problemas. Así que me elaboré una salsa romesco y, después de limpiar bien
mis calçots, los puse en papel de plata y los cociné en esa especie de paella
pizzera que se puso de moda hace unos años y que me da que en todas las casas
hay alguna, aunque no se utilice para nada. La cuestión era asarlos sin machar
nada en absoluto y, a pesar de que no es lo mismo que hacerlos con su barro en
las brasas, quedaron bastante dignos y la salsa, al ser casera, quedó
espectacular.
Lo de mi vena barcelonesa viene
de que mi madre nació en Barcelona y, aunque se fue pronto a Cuenca y luego
vivió en Valencia hasta recalar en Madrid, mantenía el gusto de su infancia de
comer escalivada, butifarra, munchetes y otros productos típicos de la
Comunidad Catalana. Los calçots nunca los comí en mi casa porque, si ahora es
casi imposible encontrarlos en Madrid, en aquellos tiempos era absolutamente
impensable.
Al comprar los calçots, vi que
tenían otros productos de calidad suprema y se me antojó una escalivada con
calabacín, pimiento, berenjena, tomate, cebolla, ajos y un calçot del manojo,
que era a todas luces enorme. Para evitar manchar, procedí de la misma manera
que para “brasear” los calçots, es decir, cubrir cada producto con papel de
plata, una pizca sal y un chorrito de aceite, y hacerlos en el mismo cacharro.
Lo cierto es que el resultado sigue siendo igual de digno y estaba ciertamente
rica, aunque salió demasiada cantidad y sobró un buen táper, así que lo puse en
la nevera para otro día.
Quiso la fortuna que Gloria
trajera unos lomos de merluza sin espinas con bastante buena apariencia, así
que se me ocurrió que si los acompañaba con el resto de la escalivada podían
estar muy ricos, pero aquello quedaba en mi imaginación un poco deslavazado,
así que se me ocurrió que si batía la escalivada y le ponía una pizca de
guindilla podía mejorar bastante y… así lo hice.
Una vez batida, puse el puré en
una sartén con una guindilla pulverizada y una pizca de vino para conseguir una
textura más agradable y un sabor diferente. Cuando estaba cociendo, puse los
lomos de merluza, tapé la sartén y apagué el fuego para que se hicieran con el
calor residual. El resultado lo he escrito en esta entrada para no olvidar cómo
lo hice, porque estaba realmente delicioso.
Por si alguien duda de la cocina
de aprovechamiento, también había en la nevera otro táper con puré de patata y
fue el acompañamiento ideal.
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