Hoy vamos a adentrarnos, de
nuevo, en la casquería, ese submundo cárnico al que puedes adorar u odiar con
la misma facilidad. Reconozco que, al menos en mi caso, no hay término medio,
porque hay productos de casquería que me vuelven loco, y otros que me producen,
al menos cierto reparo (entiéndase asco), aunque son clara minoría. Y,
curiosamente, un mismo producto me puede producir reacciones contrarias
dependiendo del animal del que procedan, por ejemplo, el hígado, ya que el de
conejo, de pato, de pollo y hasta incluso el de cordero me encanta bien fritito
o en algún otro tipo de preparación y, sin embargo, el de ternera o cualquier otro
animal de más envergadura me produce repelencia.
En el caso que nos ocupa, los zarajos,
que son básicamente lo mismo que las gallinejas, me pueden transportar al
cielo. ¿Cuál es la diferencia entre ambos productos? Pues básicamente que los
zarajos son más de Cuenca y las gallinejas de Madrid, pero en ambos casos
estamos hablando de tripas fritas de cordero o de cabrito. En el primer caso se
enredan en un par de ramitas de sarmiento dándoles una forma más redondeada, y
en el segundo son los trocitos de entresijos los que ayudan a dar la forma sin
que se desbarajusten. Así que no es de extrañar que hayan sido denominados con
diferentes nomenclaturas, porque si, así de entrada, nos dicen que vamos a
degustar un plato de tripas enredadas, o de tripas con entresijos, a lo mejor
ni si quiera nos molestamos en probar. El nombre de las gallinejas lo da el
origen de la receta, pues, al parecer, en sus albores, se elaboraban con las
tripas de la gallina, pero luego la cosa derivó.
Me reconozco amable consumidor de
ambos productos, pero siempre en bares y tabernas, en especial, en la famosa “Freiduría
de Gallinejas” de Embajadores y, los zarajos, en una taberna que hace chaflán
en la calle Andrés Mellado, cuyo nombre no recuerdo, a la que me llevó por
primera vez mi hijo, otro gran consumidor del producto en cuestión. Antes las
había consumido el Cuenca y aledaños, como el morteruelo, otra posible guarrería celestial.
La primera vez que vinieron a
casa para ser elaboradas en mi cocina supe enseguida que algo había fallado, porque
estaban realmente malos. Olían fatal y sabían aún peor. Por aquellos tiempos
aún no existía Internet y me limité a sacarlas del paquetito y a comerlas sin
ninguna otra medida de cocinado. Afortunadamente no las tiré a la basura y se
me ocurrió que, tal vez, bien fritas, podían mejorar, como así ocurrió.
En la actualidad las hago conforme
a una receta que descubrí navegando por la Red y que me pareció que podían quedar
sublimes. La idea es hacerlas rodajas, salpimentarlas y untarlas con aceite,
ajo y perejil antes de freírlas durante un buen rato en aceite bien caliente.
Mi padre era de Santa Cruz de
Moya, un pueblo de la Serranía de Cuenca que linda con Valencia y Teruel. Él
consideraba que eso de los zarajos era una porquería, pero mi tío Antonio no
opinaba de la misma manera y me llevó a probarlas al bar del pueblo donde solía
ir a tomar el aperitivo. En realidad, su idea no iba encaminada a comer
zarajos, sino a dar una vuelta y tomar una cerveza fresca después del paseo,
pero ahí fue donde los probé por primera vez en mi mocedad (o más bien en mi
niñez) y donde me enamoré de ellos.
sr005 fake designer bags tj713
ResponderEliminar