El periodo comprendido entre finales de julio
y comienzos de agosto es el momento natural del tomate. Durante estos días son
carnosos y sabrosísimos.
Bajo mi casa hay una chica que vende
productos de la huerta de su padre. Yo siempre le digo que me guarde los más
gordos del día, entre otras cosas, porque su padre que es quien los pone, opina
lo mismo que yo, que cuanto más gordos, mejor. El otro día compré uno que
pesaba 1.150 gramos él solito. Vende también unos melones pequeñitos
sabrosísimos y dulces como la miel. Aquí sí que prefiero los más chicos, porque
así como el tomate me da para varias sentadas, el melón se queda corto para
una.
El pasado viernes me dijo mi hermano que si
nos íbamos a cenar a una terraza cercana, donde ofrecían una cena argentina y
le dije que habría de pensarlo, porque teniendo la nevera llena de productos
deliciosos, buena gana de salir a cenar por ahí. Al sacar a Duna a pasear,
recordé que tenía que comprar algo para comer al día siguiente, y con aquello
de la comida argentina, se me pasó por la cabeza un entrecot argentino
fantástico que venden en el “súper” que hay frente a mi casa. Cuando lo recogí,
me lo imaginé a la plancha, acompañado de una patata asada al horno con
pimentón y con una salsa chutney de calabaza.
Antes de salir me pasé por la sección de
jamones y vi un sobre de jamón serrano de ibérico de bellota con tan solo 80
gramos, pero eso sí, lonchado muy fino.
Cuando compro el pan, en especial las
temporadas que paso solo, suelo pedirlo recién hecho, que queme. Los empleados
de la panadería suelen darse codazos e intercambiar miradas cuando les digo que
lo quiero para congelar. Ellos no saben que en el trayecto a casa, el pan se
atempera y cuando lo metes crujiente y calentito aún en el congelador, al comerlo
varios días después, está igual de crujiente y de calentito, si lo dejas media
hora antes de consumirlo bajo los rayos del sol. En el caso que nos ocupa,
había un trozo terciado de pan de pueblo que procedí a descongelar.
Si vamos uniendo los párrafos anteriores, que
parecían algo inconexos, veremos que el objetivo final es el de hacernos un
bocadillo de jamón espectacular, para lo cual, lo primero que haremos, una vez
descongelado el pan es abrirlo por la mitad y cubrir ambas mitades con un chorrito
de aceite de oliva virgen extra y colocarlos sobre la plancha hasta que tomen
un ligero color dorado. Mientras tanto, cortaremos una lámina finísima de
tomate. Lo de una sola lámina viene porque el tomate que nos ocupa tiene un
corte de unos treinta centímetros de diámetro, pero en caso de que fuera más
pequeño podemos cortar dos. Retiramos el pan de la plancha y ponemos en su
interior esa lámina de tomate partida en dos para que cubra toda la superficie
del pan. A continuación abrimos el sobre de jamón y metemos tantas lonchas como
nos plazca. Yo puse la mitad, que eran cuatro.
En aquel momento, prendado por el aroma de
ese jamón de cerdo ibérico de bellota, recordé lo de la cena con mi hermano… Lo
dejaremos para otro día.
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