Hace
ya bastantes años, el entonces Ministerio de Educación y Ciencia tuvo a bien
concederme, tras un concurso de méritos, el título de Director de SAPOE
(Servicio de Apoyo Psicopedagógico y de Orientación Educativa). Era algo
rimbombante y que con el transcurrir de los tiempos se fue desinflando. Así, el
curso siguiente ya no éramos Directores de nada, sino veladores del PIPOE, es
decir, del Programa de Intervención Psicopedagógica y Orientación Educativa. Y,
a partir del siguiente curso, ya nos quedamos con el dudoso título de
orientadores en centros, que era un “totum revolutum” en el que cabíamos psicólogos,
pedagogos y la recién creada titulación de psicopedagogía, que transcurridos
todos estos años y a día de hoy, aún no sé muy bien lo que es.
Aquel
título trajo consigo un periodo de formación que bajo el título de Jornadas de
no sé qué, se celebraron en Salamanca. Allí lo pasamos de maravilla. Conocimos
a un buen número de colegas, jugábamos al mus y nos llevaban de excursión a
sitios maravillosos. Entre esos lugares, fuimos a recorrer la Sierra de la Peña
de Francia con su santuario, desde el que se ven Las Hurdes, el Parque de las
Batuecas y al fondo un precioso pueblo llamado La Alberca, donde posteriormente
nos llevaron a comer y a disfrutar de un precioso paseo por sus calles y por su
Plaza Mayor. La Plaza mayor de La Alberca es de los lugares con más encanto que
se puede encontrar en todo el mundo y venden unos productos de la zona que
enamoran a primera vista, como sus jamones de cerdo graso blanco.
En el
lugar que eligieron los turutus del ministerio para llevarnos a comer, servían
un plato que no había visto nunca. Lo llamaban patatas revolconas, machaconas,
revueltas o meneadas. En realidad, allí me las presentaron como revolconas y no
dudé un segundo en pedir la receta para replicarlas en mi casa, en cuanto
volviera de Salamanca (Actualmente, en algún portal de Internet he visto que
las llaman también patatas “meneás”, pero siendo que vienen de un lugar como
Ávila o Salamanca donde el Castellano se habla con total pureza, no me pega
nada ese nombre. Pasa lo mismo que con las papas arrugadas). Por aquellos
tiempos no existía Internet y tratar de investigar el origen de esa receta era
poco menos que imposible, así que fui preguntando y un colega abulense me dijo
que eran originarias de su tierra: Ávila, pero que las hacían por toda Salamanca
y también en algunas localizaciones de Extremadura.
4
patatas (1 por persona)
1
cucharada sopera de pimentón de La Vera (1/4 picante y el resto dulce)
100
gr de panceta (se puede cambiar por otros productos)
3
dientes de ajo
2
hojas de laurel
AOVE
Sal
En La
Alberca me dijeron que en el restaurante ponían las patatas a cocer enteras y
con la piel para mantener el almidón y por la cantidad desmesurada que
utilizan, pero que en casa, podía pelarlas y ponerlas escachadas. Yo lo hago
así. Así que las vamos a cortar como cachelos en piezas no muy grandes y a
ponerlas a cocer en agua con una pizca de sal y junto a las hojas de laurel y
los dientes de ajo pelados. Pasados unos 15 a 20 minutos ya estarán blandas,
así que reservamos unos cacitos de caldo y ponemos las patatas en un bol.
Ponemos
un par de cucharadas de AOVE en una sartén y vertemos la cucharada de pimentón separando
la sartén del fuego para evitar que se arrebate. Añadimos el agua de la cocción
de las patatas y removemos para conseguir una salsa.
Espachurramos
las patatas junto con los ajos cocidos con un tenedor hasta conseguir un puré
al que añadiremos el contenido de la sartén, removiendo bien para conseguir el
efecto de revolconas o meneadas.
La
receta original lleva panceta frita en dos cocciones para conseguir unos
torreznos, pero en casa no suele haber ni panceta ni ganas de hacer torreznos,
así que se puede cambiar por unos torreznos ya hechos de esos que venden en
bolsas, o como suelo hacer yo, freír unos taquitos de chorizo de León junto con
un par de láminas de beicon. Ya sé que no es lo mismo, pero quedan muy suculentas,
incluso mejor que con los torreznos.
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